Cultura y sociedad | Señal Memoria

Cultura y sociedad

Colección que agrupa los documentos relacionados con temas de interés general, expresiones artísticas, manifestaciones y producciones culturales originadas por los diferentes tipos de poblaciones en el país.

El espíritu de la primera pos guerra habita en la esencia cosmopolita del célebre “Bolero” (1928), ballet de Maurice Ravel. La obra refiere directamente a un ámbito alterno al del canon europeo occidental. Su expresividad se logra a través de un esquema rítmico y melódico obsesivo, con una rica orquestación que habla sobre la concepción de la música al despuntar el siglo XX. Es un ejemplo paradigmático del interés que despertó en Francia la exótica cultura española. Ravel se apropia de un género popular andaluz para convertirlo en una danza angustiosa, emocionante, apta para el escenario vanguardista. Con el paso de los años y la variedad de usos, la obra ha recobrado su espacio en el espectro popular.

Con Ein Deutsches Requiem, op.45 (Réquiem Alemán, 1854-68), Johannes Brahms expresa una forma idiosincrática y revolucionaria de asumir el oficio litúrgico, al confrontar la tristeza por la muerte de su madre y de su amigo y promotor Robert Schumann, con el carácter laico y optimista que también tiene la obra. Rudolf Kempe (1910-1976), influyente batuta en el campo del repertorio germano, logró en 1955 una grabación de referencia, en la que descuella el joven barítono de célebre carrera que será Dietrich Fischer-Dieskau (1925-2012). Dada la precariedad de las condiciones que ofrecía para la producción la Alemania de Postguerra, con continuos cortes de luz y orquestas de músicos hambrientos, el mensaje de paz y tranquilidad en medio de la tragedia se asume a la perfección.

La Sinfonía No. 9 en re menor, op.125 de Beethoven, ha sido interpretada en los contextos más disímiles. Durante el régimen Nacionalsocialista en Alemania, sirvió para conmemorar el nacimiento de Hitler. A la cabeza de la interpretación estuvo el laureado director Wilhelm Furtwängler (1886 – 1954), uno de los pocos músicos de renombre que por entonces se negó a huir de su Alemania natal, a pesar de las diferencias con el sistema. Por ese supuesto vínculo con el partido Nazi, Furtwängler fue proscrito del entorno musical y solo se le autorizó dirigir una orquesta seis años después, para la reapertura del Festival de Bayreuth, cuna de la ópera wagneriana y templo desde el cual había oficiado Hitler, razón por la cual el Festival estuvo a su servicio y fue cancelado. Reabrirlo en 1951 con la Sinfonía “Coral”, símbolo de libertad y fraternidad, significó haber saldado cuentas con el pasado.

Como respuesta al bombardeo que durante la Segunda Guerra sufrió la ciudad inglesa de Coventry y la destrucción de su celebrada Catedral, se erigió un nuevo templo junto a las ruinas de la antigua edificación. Signado por un espíritu reconciliador, el acto inaugural de 1962 contó con una obra alusiva escrita por Benjamin Britten. Su “Requiem de Guerra”, utiliza poemas escritos por Wilfred Owen, abatido en La Gran Guerra, cargados de desencanto y aprehensión por un mundo impelido hacia el desastre. Britten alude al rostro yermo de la guerra y convoca por ilustrativa oposición, tres voces representantes de las potencias en pugna: Galina Vishnevskaya, soprano soviética, Dietrich Fischer-Dieskau, barítono alemán, Peter Pears, tenor inglés.

El trágico deceso de su hija y una propia afección incurable del corazón, conforman el escenario en el cual Gustav Mahler escribe su novena sinfonía titulada “La canción de la Tierra” (1907-1909). La obra es a la vez un monumento a la desolación y cierta luz de consuelo frente el destino fatal. Del año 1952, esta es la tercera de las cuatro grabaciones realizadas bajo la dirección de Bruno Walter. Participan Julius Patzak, tenor, y Kathleen Ferrier, contralto de culto devocional allende las fronteras de su Inglaterra natal. Al momento de grabar, Ferrier también es consciente de su destino, víctima de un cáncer sin remedio. Se dice que el firme carácter de Walter, no pudo contener la emoción de sus lágrimas ante la descollante entrega de Ferrier en el movimiento final de la obra, “La despedida”.

Como ilustrativo antecedente de lo que en la actualidad se considera una superestrella pop, el genovés Niccolò Paganini (1782-1840) fue capaz de agotar taquillas con meses de antelación a sus conciertos a lo largo y ancho de Europa. Haya sido bien o mal, de Paganini siempre se habló. Se dijo que estaba poseído por el diablo, que era el asesino de su adúltera esposa, cuya sangre habría usado para pintar el violín y con las tripas del amante fabricar sus cuerdas. Por otro lado, los “24 caprichos para violín solo” op.1, siguen siendo una de las obras de mayor complejidad para el instrumento. La más importante grabación fue realizada en 1958 por Michael Rabin (1936-1972), superdotado violinista con varios discos de referencia, cuya figuración poco a poco disminuyó por quebrantos de su salud mental. Aun cuando el hecho nunca se esclareció del todo, se afirma que Rabin nunca emergió del todo, tras una experiencia con LSD.

Los antecedentes de la revolución lisérgica de los años 1960, hallan un modelo en la “Sinfonía fantástica – episodio de la vida de un artista” op.14, obra escrita en 1830 por el francés Héctor Berlioz (1803-1869), inspirada confesa y provocadoramente en una serie de alucinaciones por opio que tiene el compositor, en despecho por los desprecios de la actriz Harriet Smithson. Además de ser una pieza fundamental del desarrollo de la sinfonía tardía, ejemplo paradigmático en la noción de “idea fija”, se expone allí un colorido orquestal fascinante que ha despertado la imaginación de muchos directores. Si hay una versión célebre, es la adelantada en 1954 por el director germano Charles Münch, destacado en el repertorio francés. La carátula por su parte, retoma los continuos referentes de esta obra. Rara vez la presentación de la “Sinfonía Fantástica” no alude a algún tipo de trance o distorsión.
Uno de los objetivos del Concilio Vaticano II (1962 – 1965) fue adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades de su tiempo. Desde entonces la misa católica se impartió en español, no en latín, y se emprendieron varias acciones para captar fieles. Manuel J. Bernal, antioqueño recordado por sus aportes en la tradición musical andina, fue así mismo un calificado productor discográfico, director de orquestas de música popular y organista. Como tal, vinculado a la Parroquia de Santa Teresita, en Medellín, compuso la música aquí incluida que para su publicación fue denominada “Misa colombiana”. La obra contó con el visto bueno del arzobispado de Medellín.

La cantata profana Carmina Burana, escrita entre 1935 y 1936, es la obra más conocida del compositor alemán Carl Orff.