Ficha Técnica
“En la sala de la casa las ventanas iban de extremo a extremo y se podía ver toda la ciudad. En una de ellas mi papá había pegado un póster con un dibujo de una paloma blanca que simbolizaba la paz. Hacía un año que se había firmado un acuerdo de paz entre el Gobierno y varios grupos guerrilleros como las FARC o el M-19”.
Mi vida y el Palacio, Helena Urán Bidegain.
Esa escena doméstica dialogaba con un país que, en 1985, buscaba convertir la paz en una conversación abierta. La paloma de la paz circulaba en museos, escuelas, noticieros y jornadas impulsadas por artistas, escritores y periodistas. Su fuerza, como símbolo, residía en habilitar un espacio para pensar colectivamente el rumbo del país.
Este fragmento del Noticiero de las Siete documenta ese momento en el que el arte abrió un debate que escapaba a la política partidista. Entre 1984 y 1985, Cali, Bogotá, Barranquilla y Medellín fueron escenario de iniciativas que mezclaron arte, pedagogía y deliberación pública. La Comisión de la Verdad reconoce allí uno de los periodos más evidentes donde el campo artístico actuó como interlocutor del país frente al conflicto y sus futuros. Participaron figuras como Pedro Alcántara, Arturo Alape, Olga Behar, Jorge Pinto y Gabriel García Márquez, desde la necesidad de abrir espacios menos constreñidos por la lógica militar o por quienes administraban la violencia.
Ese impulso de paz convivió con tensiones marcadas: ceses al fuego frágiles, expansión del narcotráfico, estructuras armadas en ascenso y divisiones dentro del Estado sobre la negociación. Las jornadas por la paz intentaban sostener la conversación pública en un escenario que se estrechaba cada vez más.
El final de 1985 trajo dos golpes que reconfiguraron el país. La toma y retoma del Palacio de Justicia, que dejó ejecuciones extrajudiciales, desapariciones y un quiebre institucional cuyo impacto aún persiste. Y una semana después, la avalancha de Armero que transformó el duelo en tragedia colectiva. En 1985 la paloma de la paz quedó en pausa.
En 2016, con la firma del Acuerdo de Paz, el Gobierno encargó a Fernando Botero dos palomas que retomaban esa imagen interrumpida en 1985. Cuarenta años después, volver a ese año implica reconocer tanto las posibilidades que entonces se abrieron como las fracturas que las detuvieron. En esa tensión se disputa todavía el horizonte común que el país intenta imaginar.
