Laurel Records es una compañía discográfica reciente, si se compara con marcas consumadas en el ámbito de la música clásica desde décadas atrás. Surgida en el año 1974, tuvo desde sus primeras publicaciones dos lineamientos básicos: calidad y pureza en el sonido y en la técnica de grabación, a lo cual se suma su enfoque en la publicación de música de cámara poco común, ya fuera contemporánea o del pasado reciente, pero con decidida orientación experimental.
Colección que agrupa los documentos relacionados con temas de interés general, expresiones artísticas, manifestaciones y producciones culturales originadas por los diferentes tipos de poblaciones en el país.
Con los desarrollos tecnológicos a partir de los años 1950, la oferta discográfica se enfocó en mejorar la calidad de audio y sellos como Westminster se preciaron de estar a la cabeza. De allí su slogan “Natural balance”, acompañado de la elocuente figura del Big Ben. El sello mantuvo también un equilibrio entre aquellas obras canónicas del repertorio clásico y la búsqueda de obras vanguardistas o ajenas al consumo masivo, con nuevos intérpretes que a la postre desarrollaron brillantes carreras. Es sorprendente la presencia del italiano Argeo Quadri (1911-2004), aquí con un repertorio distante del campo de la ópera en el que este director se hizo famoso.
Otro de los varios ejemplares de la “Serie Musical” de la HJCK presentes en la Fonoteca de RTVC, está dedicado al compositor italiano Carlo Gesualdo (1566-1613). Este disco presenta un compendio de 8 madrigales en italiano; 2 responsorios en latín; una gagliarda, para órgano; la Canzon francese del Principe, para clavecín; y el Monumentum pro Gesualdo, para orquesta, obra de Igor Stravinsky sobre madrigales de los libros 5 y 6 del italiano. Publicado originalmente por Columbia en 1962, el disco cuenta con solistas connotados como el organista Edward Power Biggs, el director Robert Craft y el mismo Stravinsky al frente de su obra. Llama la atención la presencia de Carol Rosenstiel, en una de las escasas grabaciones que alcanzó a realizar como clavecinista, antes de ver su carrera interrumpida por los efectos de una afección de polio durante la infancia.
Ernesto Lecuona (1895-1963) supo encarnar con sus obras el sentir musical cubano, siempre con el uso de expresiones locales, ya fuera a través de patrones rítmicos, melódicos o por las temáticas abordadas. Los tres aspectos se reúnen en la producción de su zarzuela “María la O” (1930) cuya trama recrea los conflictos de género y clase, propios de la isla al despuntar el siglo XIX. La figura de Lecuona sigue vigente en el repertorio de múltiples solistas y agrupaciones que trascienden las fronteras entre lo clásico y lo popular, tal como lo hizo el insigne compositor. Se cuenta con una grabación de “Maria la O”, producida por Fernando J. Montilla, el más destacado impulsor de la zarzuela en los años centrales del siglo XX, a través de una pujante empresa que realizaba grabaciones en España y fabricaba los discos en Nueva York. Tuvo por tanto un mercado asegurado a uno y otro lado del Atlántico.
La indisoluble presencia que durante siglos tuvo la guitarra en el ámbito tradicional y popular del espectro musical latinoamericano, fue la base principal para el aporte realizado desde este continente al desarrollo como solista que tuvo el instrumento a partir del siglo XX. La construcción melódica y los patrones rítmicos característicos de modernistas como el mexicano Manuel María Ponce o el brasileño Heitor Villa-Lobos, así como el evidente ancestro que tuvo el paraguayo Agustín Barrios (Mangoré)en la pieza de salón decimonónica , conforman el representativo sentir nacionalista propio del temprano siglo XX, que continuó como lineamiento creativo hasta las décadas centrales del mismo y mantiene su vigencia en actuales programas de concierto. Laurindo Almeida (1917 - 1996) encarnó ese espíritu ecléctico que por principio tiene la dificultad de establecer a ciencia cierta, las fronteras entre lo llamado “clásico” y aquello que pueda interpretarse o no como sentir “popular”.
Los colombianos Carmiña Gallo y Jaime León se reúnen para la interpretación de 18 canciones procedentes de Argentina, Brasil, Colombia, Guatemala, Perú, Uruguay y Venezuela. Es el primer volumen de una serie de producciones financiadas por la Organización de Estados Americanos, cuyo principal objetivo fue la promoción sistemática de obras escritas por compositores americanos. El disco se publicó en el año 1977, y aunó en un solo producto un variado repertorio, dos destacadas figuras musicales del momento y la obra de David Manzur, él mismo becario de la OEA, a través de este particular retrato de la soprano colombiana.
Germán Borda (1935), además de contar con títulos doctorales y posdoctorales en composición de la Universidad de Viena, cursó estudios de filosofía y letras, de lo que resulta su labor como escritor. A esa prolija palestra se suman experiencias como director, de las cuales queda este registro realizado en gira de conciertos por Europa, a lo largo de 1987. Del modesto tiraje que tuvo el disco, factor representativo de una edición discográfica independiente, en el archivo de Fonoteca de RTVC reposan cera de 10 ejemplares.