Durante más de una década, cada domingo en la televisión colombiana, los Vargas se colaron en las casas del país. Eran los vecinos que no conocíamos, pero que sentíamos familiares. En esa Bogotá de finales de los ochenta y principios de los noventa, la familia Vargas ofrecía una comedia que partía de la vida doméstica para pensar —sin solemnidad— quiénes éramos. Y si había un momento donde ese espejo costumbrista ganaba espesor era en Navidad. Las celebraciones de diciembre, reiteradas en varios episodios de Dejémonos de vainas, condensaban las rutinas, afectos y tensiones de una familia de clase media en el país.
El salón de la casa —ubicado entre el comedor, la cocina y el patio— era el centro de gravedad de las historias. Allí se instalaba el árbol, se armaba el pesebre, se recibían los regalos. Pero también se vivían los conflictos: las discusiones por la cena, los enredos con los aguinaldos, los juegos de los niños que acababan en desastres. Todo cabía en esas escenas. No se trataba de una exaltación edulcorada de la Navidad, sino de una observación aguda de lo que implicaba para una familia común atravesar estas fiestas. El humor, a veces absurdo, a veces tierno, permitía mostrar los rituales sin convertirlos en espectáculo, y retratar la convivencia sin disimular sus fricciones.
En uno de los episodios navideños, Ramiro y Juan Ramón reciben una invitación de un sacerdote del barrio para que la familia participe con un pesebre en un concurso local. La noticia, que llega a través del periódico donde trabajan, activa una pequeña crisis doméstica: Margarita y Felipe quieren inscribirse por su cuenta con los mellizos como niño Dios. Empieza así una competencia entre los propios Vargas, en la que se cruzan el deseo de figurar, la precariedad de los recursos y la ilusión de un premio. La familia, al final, logra reunirse para cantar villancicos. La anécdota es mínima, pero condensa el tipo de humor que caracterizó la serie: una mezcla de ternura, ironía y cotidianidad.
En otro fragmento, Joséfa regala a la familia unos cisnes de porcelana que considera apropiados para la ocasión. Pero, como suele pasar, los objetos terminan siendo fuente de problemas: los cisnes desaparecen, se rompen, los niños los usan para jugar, y Ramiro —intentando resolver el caos— propone invitar a otra familia a pasar el 24. Lo que debía ser una muestra de gratitud se convierte en una secuencia de enredos que alteran la armonía de la celebración. La comedia no está en el chiste fácil, sino en la forma como la escena revela con humor las contradicciones de los afectos familiares: lo que se da por cariño, lo que se recibe sin saber cómo cuidar, lo que se transforma en carga. La risa aquí no evade el conflicto, lo pone en escena y lo vuelve familiar.
Romero, Bernardo (director). 1987, Dejémonos de vainas: 1984-1998 [serie] [Regalo de navidad]. Colombia: Coestrellas. Archivo Señal Memoria, BTCX60-061581
La clase media bogotana, núcleo desde donde se escribió y representó esta familia, encontró en Dejémonos de vainas una posibilidad de verse reflejada sin idealizaciones. La serie logró sintonizar con las sensibilidades de ese sector urbano que crecía entre la estabilidad del empleo público, las aspiraciones de movilidad social y la incertidumbre económica de una ciudad en transformación. Familias con una hija en la universidad, un hijo menor con aficiones científicas, un padre conservador que lee el periódico, una madre dedicada al hogar, una empleada doméstica que opina sobre todo. Las navidades de los Vargas mostraban también el cruce de esas expectativas: los regalos como demostración de afecto, la novena como momento de cohesión, el pesebre como vitrina de creatividad, el vecino como aliado o amenaza.
En un episodio distinto, los niños se quejan porque se aburren durante las vacaciones. No entienden bien qué se celebra en Navidad, y los adultos intentan enseñarles tradiciones como los aguinaldos. El resultado es una celebración que combina lo ritual con lo lúdico: una especie de carnaval doméstico en el que lo importante no es la coherencia religiosa, sino la posibilidad de estar juntos. La escena finaliza con los niños declarando que fueron felices, aunque los adultos no lo entiendan del todo. Y en ese gesto se resume parte del encanto de la serie: mirar la vida familiar con afecto, pero también con distancia crítica.
En otro especial, Ramiro conmueve a todos al preparar regalos para su familia. Aunque no cuenta con buena suerte y sus planes no salen como esperaba, logra compartir con los suyos un momento de alegría navideña. La novena, la guitarra y la voz en coro cierran el episodio con una imagen sencilla, pero elocuente: el reencuentro es posible, incluso en medio del caos. Esa escena deja ver una Navidad construida más desde los vínculos que desde la solemnidad.
Romero, Bernardo (director). 1988, Dejémonos de vainas: 1984-1998 [serie] [Dulce Jesús Mío]. Colombia: Coestrellas. Archivo Señal Memoria, BTCX60 061603
La serie también retrata los contrastes entre tradición y modernidad. En un capítulo, los Vargas se enfrentan en un concurso de pesebres. Renata apuesta por un diseño ecológico y moderno, Juan Ramón por uno clásico y Ramiro propone un pesebre vivo. Los tres equipos hacen hasta lo imposible por ganar, incluyendo pequeñas trampas para convencer a los jurados. La competencia, como tantas otras situaciones en la serie, no apunta a resolver una tensión, sino a mostrar la convivencia entre distintas maneras de entender la fiesta. La Navidad se vuelve un escenario donde se negocian valores, se reafirman pertenencias y se ensayan formas de vivir juntos.
El humor de Dejémonos de vainas no pretendía corregir ni aleccionar. Su fuerza residía en observar. Por eso, la Navidad funcionaba como un lente: bajo su brillo festivo, los personajes se mostraban con mayor nitidez. El pesebre era ocasión para competir, el regalo para confundir, la novena para reunir, la cena para discutir. Nada extraordinario, pero sí profundamente revelador. Allí estaba su potencia: hacer visible lo que suele pasar desapercibido, convertir en relato aquello que parecía apenas una anécdota familiar.
Bernal, Claudia (Directora). 1989, Dejémonos de vainas: 1984-1998 [serie] [Cuento de navidad]. Colombia: Coestrellas. Archivo Señal Memoria, BTCX60-061623
La Navidad, en la televisión colombiana de aquellos años, ofrecía el escenario perfecto para dramatizar la vida cotidiana. En torno a ella se organizaban relatos que partían del caos para volver al afecto. Como las fiestas populares, diciembre ampliaba el margen de lo posible: permitía exagerar, improvisar, trastocar las jerarquías del día a día. En ese clima, la ficción encontraba terreno fértil para explorar las pequeñas absurdidades de la convivencia. La familia Vargas se volvía un espejo donde el país podía reconocerse sin necesidad de explicarse. En medio de pesebres torcidos, regalos cruzados y cenas accidentadas, algo esencial se sostenía: la posibilidad de seguir reuniéndose. Y en esa persistencia —torpe, ruidosa, entrañable— se cifraba buena parte de lo que la serie alcanzó a decir sobre Colombia.
