El Carnaval de Negros y Blancos de Pasto: juego, cuerpo y memoria

 Pasto la tierra del juego
Publicado el Sáb, 07/06/2025 - 09:26 CULTURA Y SOCIEDAD
Pasto, la tierra del juego

Cada enero, en Pasto, el mundo se pone de cabeza. Durante cinco días, la ciudad andina se desborda en harina, espuma y música: cuerpos disfrazados toman las calles, la risa se vuelve crítica y el juego, una forma de memoria. No es solo una fiesta. El Carnaval de Negros y Blancos —declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad— condensa siglos de tensiones sociales, creatividad popular y disputas por el sentido. Este artículo propone pensarlo desde el lenguaje de la antropología: como ritual de inversión, performance colectiva y coreografía política, donde el cuerpo deja de ser ornamento y se convierte en territorio de pensamiento.

Cada enero, la ciudad de Pasto se transforma. Lo que normalmente es una geografía contenida —fronteriza, andina, atravesada por memorias coloniales y resistencias populares— se desborda en una experiencia colectiva de juego, pintura y cuerpo. Es el Carnaval de Negros y Blancos, reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2009, pero vivido por sus habitantes como algo más que una tradición: como un dispositivo de reordenamiento simbólico.

Este artículo propone pensar el carnaval desde el lenguaje de la antropología: como forma ritual, performance social y espacio de producción de memoria colectiva. Siguiendo a importantes autores desde las ciencias sociales, entenderemos el carnaval como una estructura de anti-orden temporal, donde se suspenden jerarquías y se actualizan tensiones.

Pasto no es simplemente el escenario del carnaval; es su condición de posibilidad. Situada en el suroccidente colombiano, en la región andina de Nariño, la ciudad ha sido históricamente un espacio de fronteras: geográficas, políticas y simbólicas. Durante la época colonial y las guerras de independencia, Pasto fue conocida como "la ciudad leal" por su fidelidad a la corona española. Sin embargo, como señala la antropóloga Maite Yie Garzón, esta lealtad no debe interpretarse como conservadurismo, sino como una forma de negociación y resistencia frente a los nuevos dispositivos de poder republicano. Yie Garzón advierte que las narrativas oficiales han tendido a simplificar la historia de Pasto, omitiendo las complejidades de sus procesos sociales y políticos. 

En este contexto, el Carnaval de Negros y Blancos no puede entenderse solo como una festividad folclórica: es una expresión cultural que encarna las disputas históricas del territorio. A través de sus formas simbólicas, narra el conflicto, afirma identidades locales y disputa sentidos sobre el pasado y el presente. La fiesta se convierte así en un espacio de reconfiguración del poder, donde se cuestionan jerarquías sociales y se reivindican identidades subalternas. Más que un simple ritual, el carnaval en Pasto es al mismo tiempo celebración, resistencia y afirmación cultural.

Orozco Tascón, Cecilia (Directora). (1998). Desfile de Años Viejos en Pasto. [Noticiero]. Colombia: Programar Televisión. Archivo Señal Memoria, BTCX60-064592.

Carnaval: el cuerpo y el juego en escena 

Llamar al carnaval un "juego" no le resta fuerza; al contrario, le otorga densidad. Como escribió Johan Huizinga en Homo Ludens (1938), el juego es una de las formas más antiguas y complejas del pensamiento simbólico. Tiene reglas, pero crea un tiempo otro: una suspensión del mundo ordinario en la que se ensayan nuevas formas de organización social, afectiva y política.

Durante esos días de enero en Pasto, el juego toma las calles: se lanzan espuma y harina, la música estalla, los cuerpos se pintan, se abrazan, se disfrazan. La ciudad se convierte en una escena viva donde el cuerpo deja de ser mera presencia contenida para volverse materia expresiva, superficie compartida, lenguaje en movimiento. No hay coreografía fija, pero sí un ritmo colectivo: una lógica del exceso donde la risa, el roce y el gesto se vuelven formas de intervención simbólica.

La antropóloga Lydia Inés Muñoz Cordero (2020) propone el concepto de cuerpo-metaforía para describir esta experiencia: en el Carnaval de Negros y Blancos, el cuerpo no representa simplemente un personaje, sino que condensa historias, deseos y tensiones sociales. Desde la teoría del performance, autores como Victor Turner y Richard Schechner han mostrado cómo los rituales de inversión —propios de muchas fiestas populares— suspenden temporalmente el orden establecido y permiten imaginar otras formas de estar juntos. En Pasto, esa inversión se vuelve palpable: los cuerpos transgreden normas, ocupan el espacio público y desafían, aunque sea fugazmente, las jerarquías cotidianas.

Por unos días, se legitima el exceso, se celebra la burla, se subvierte la norma. La calle deja de ser lugar de paso para convertirse en territorio común; la exageración se vuelve crítica, la pintura en el rostro deviene relato. Esa inversión —como la del mundo al revés descrita por Bajtín— no borra el orden, pero lo desarma, lo comenta, lo parodia.

No se trata de idealizar la fiesta ni de atribuirle un poder redentor absoluto. El carnaval no elimina las desigualdades, pero las visibiliza. Las convierte en sátira, en desfile, en coreografía compartida. Las saca a la calle, las pone en escena. Y al hacerlo, activa una forma de pensamiento encarnado: una inteligencia del cuerpo que baila, que recuerda, que se disfraza y se afirma, diciendo —sin necesidad de palabras— que también desde el juego se piensa el mundo.

Instituto Nacional de Radio y Televisión - Inravisión (Productor). Desfile de comparsas. Carnaval de Negros y Blancos. [Cubrimiento]. Colombia: Inravisión. Archivo Señal Memoria, BTCX60-051934.

De la calle al patrimonio

El Carnaval de Negros y Blancos ha sido, históricamente, una fiesta popular nacida desde abajo: de los barrios, los talleres, los juegos espontáneos de harina y pintura. Una celebración en la que confluyen tradiciones indígenas, expresiones afrodescendientes y prácticas mestizas, todas reconfiguradas por la vitalidad urbana de Pasto.

La declaratoria de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, en 2009, marcó un giro importante. Otorgó visibilidad internacional, pero también inscribió la fiesta en nuevos marcos institucionales. Como ha señalado Barbara Kirshenblatt-Gimblett, patrimonializar es también transformar: implica fijar lo que antes era móvil, definir lo valioso y codificar las formas de participación.

En Pasto, esto ha traído tensiones: entre espontaneidad y reglamentación, entre celebración comunitaria y espectáculo público. Algunos habitantes sienten que la fiesta se ha vuelto más controlada, más pensada para la mirada externa. Sin embargo, el carnaval sigue siendo un territorio disputado, no un ritual fosilizado. Lo que está en juego no es su autenticidad esencial —porque nunca fue una esencia—, sino su capacidad de seguir siendo espacio vivo de invención, crítica y juego compartido.

Díaz, Francisco Javier (Director). (2002). Carnaval de Barranquilla y Carnaval de Negros y Blancos. [Programa informativo]. Colombia: Inravisión. Archivo Señal Memoria, BTCX60-050733.

Apuntes finales

Decir que Pasto es "la tierra del juego" no es una metáfora ingenua. Es una manera de reconocer que, en esta ciudad andina, el juego funciona como tecnología cultural: permite imaginar la comunidad, narrar el pasado y ensayar otros modos de estar juntos. El Carnaval de Negros y Blancos no es solo una celebración folclórica ni una atracción turística. Es una práctica densa, cargada de memoria, tensión y potencia. A lo largo de su historia, ha sido escenario de invención y de disputa, de exceso festivo y de política encarnada.

En Pasto, la fiesta es una forma de pensar el mundo desde el cuerpo. Quizás ahí esté su fuerza: en hacernos sentir, cada enero, que el juego puede ser también una forma de memoria, y la calle, un escenario de pensamiento.

Por: Laura Vera Jaramillo

Fecha de publicación original Sáb, 07/06/2025 - 09:26