
A partir de dos fragmentos del Archivo Señal Memoria —Cimarrones (2007) y Proyecto Víctimas (2013)— este artículo traza un puente entre el legado de Nelson Mandela y algunas experiencias locales de resistencia afro y búsqueda de verdad en Colombia. Más que conmemorar, propone pensar críticamente el archivo como espacio donde se activan memorias políticas que interpelan al presente.
Cada 10 de mayo se recuerda un momento decisivo en la historia de Sudáfrica: el día en que Nelson Mandela asumió la presidencia tras las primeras elecciones democráticas del país. No fue solo una transición de poder, sino la apertura de un nuevo horizonte para una nación marcada por el racismo y la exclusión. Para muchos, la fecha pasa desapercibida; para otros, sigue siendo una invitación a pensar qué puede enseñarnos hoy la figura de Mandela. No fue solo el hombre que pasó 27 años en prisión, ni el primer presidente negro de su país. Fue, sobre todo, un líder que supo leer el conflicto sin esquivarlo, y convertir el dolor colectivo en un proyecto político. Su legado no se resume en gestos o frases célebres, sino en decisiones que desafiaron lo establecido. Por eso vale la pena recordarlo no como ícono, sino como alguien que incomoda, que sigue haciendo preguntas.
Este texto parte de dos registros audiovisuales: el episodio Organización negra de la serie Cimarrones (2007), centrado en procesos de organización afrocolombiana; y el cubrimiento especial de Proyecto Víctimas (2013), donde las Madres de la Candelaria hacen visible su lucha por la verdad en medio del conflicto. A partir de estas voces, se propone pensar cómo, también en Colombia, se han producido formas de resistencia y reconciliación. Pensar con Mandela, desde este lugar, no implica aplicar su legado como receta, sino dejar que sus preguntas se activen en nuestra propia historia.
En Colombia, como en Sudáfrica, el racismo no ha sido un residuo del pasado, sino un dispositivo estructural que define jerarquías sociales. Las comunidades afrodescendientes no han ocupado los márgenes por azar: han sido empujadas allí por políticas que racializan la pobreza, restringen el acceso a derechos y desautorizan los saberes producidos desde sus territorios. Como ha señalado Carlos Rosero, la negritud no es solo una identidad cultural: es una posición política desde la cual se impugna el modelo de nación construido sobre la negación de la diferencia.
La serie Cimarrones, en su episodio Organización negra, documenta experiencias de lucha que no se narran en clave testimonial, sino como formas de pensamiento político territorializado. El director de la Fundación Cimarrones traza una trayectoria que comienza en la infancia, se fortalece en la comunidad y se proyecta en la política pública. La etnoeducación, en este caso, es una forma de disputar la hegemonía cultural desde las aulas y los barrios. Lo que vemos es una genealogía viva de organización y resistencia que interpela tanto al racismo institucional como al multiculturalismo vacío.
“No se trata de integrarse, sino de transformar”. La descolonización, en ese sentido, no puede quedarse en gestos simbólicos: implica desmontar las jerarquías del conocimiento y reconocer la legitimidad de otras formas de saber y de narrar el mundo. Como ha planteado Claudia Mosquera Rosero-Labbé, esto exige avanzar hacia formas de afro-reparación que reconozcan las memorias, prácticas y epistemologías negras como parte fundamental de la construcción de ciudadanía.
Mandela no aparece aquí como una figura simbólica más. Su legado importa porque permite pensar, en clave comparativa, la distancia entre la inclusión que prometen las leyes y la exclusión que persiste en la realidad. Como en Sudáfrica, la Constitución de 1991 representó en Colombia un momento de apertura: el reconocimiento formal de una nación plural. Pero también aquí, esas promesas han coexistido con estructuras que siguen reproduciendo jerarquías raciales.
La búsqueda de la reconciliación
En Colombia, la palabra “reconciliación” ha sido usada tantas veces en los discursos oficiales que, con el tiempo, ha ido perdiendo profundidad. Pero en los territorios, en los cuerpos atravesados por la violencia, en las organizaciones de base, esa palabra sigue teniendo fuerza. En el cubrimiento audiovisual Proyecto Víctimas (2013) se recogen voces diversas —funcionarios, académicos, víctimas—, pero hay una intervención que destaca por su claridad ética: la de Teresita Gaviria, fundadora de la Asociación Caminos de Esperanza, Madres de la Candelaria.
Desde 1999, la Asociación Caminos de Esperanza ha convertido el espacio público en una plataforma constante de exigencia por la verdad. Cada viernes, frente a la iglesia de La Candelaria en Medellín, las madres se reúnen para nombrar, bordar, recordar. En ese acto, lo íntimo se vuelve político. No piden venganza, pero tampoco aceptan la resignación. En algunos casos, incluso han entablado diálogos con los responsables de las desapariciones. Su persistencia —en la memoria, en la construcción de paz, en la imaginación de un futuro distinto para todos los colombianos— encarna una comprensión profunda y activa de lo que puede significar la reconciliación.
Estas formas de reconciliación no caben fácilmente en los programas estatales. No responden a marcos normativos. Como ha señalado John Paul Lederach, son parte de una “infraestructura moral” tejida en lo cotidiano, sostenida por vínculos afectivos, memorias compartidas y ejercicios de dignificación mutua. María Emma Wills también ha mostrado que, en Colombia, muchas formas de justicia emergen desde los márgenes, sin esperar validación institucional, y sin depender de una narrativa lineal de posconflicto.
Mandela lo supo por experiencia: reconciliar no es lo mismo que olvidar. Su frase —“para ser libre no basta con quitarse las cadenas”— no apunta a la retórica, sino a una ética política anclada en la responsabilidad histórica. En Sudáfrica, como en Colombia, la libertad no se juega solo en el terreno legal, sino en prácticas concretas que resisten al silenciamiento: en los cuerpos que buscan a sus desaparecidos y en las memorias que se reconstruyen desde abajo.
La figura de Nelson Mandela como pregunta
¿Qué significa libertad cuando las jerarquías raciales se mantienen? ¿Qué puede ser la reconciliación cuando el daño no ha sido reparado? En Colombia, estas preguntas toman forma en experiencias construidas desde el margen: comunidades afro que han defendido sus territorios, víctimas que han producido justicia sin esperar permiso.
Al revisar fragmentos del archivo audiovisual público —como Cimarrones y Proyecto Víctimas— no solo accedemos a registros del pasado, sino a materiales que nos obligan a pensar. Las imágenes no son neutras: activan memorias políticas, devuelven agencia a las voces que durante años fueron omitidas, y sitúan en el presente preguntas que siguen sin resolverse.
Pensar con Mandela, entonces, no es importar un modelo ni replicar una figura. Es leer desde el presente las tensiones que su historia nos ayuda a nombrar. Y es, sobre todo, permitir que esas preguntas —sobre la libertad, la diferencia, la posibilidad misma de reconciliar— sigan abiertas.
Por: Laura Vera Jaramillo