Gabriel García Márquez y un final admirable | Señal Memoria

Foto: Sandro Boris Sánchez
Publicado el Jue, 17/04/2014 - 20:45
Gabriel García Márquez y un final admirable
 
Gabriel García Márquez tuvo la dicha de querer ser escritor, volverse uno muy bueno y disfrutar en vida de la admiración de sus contemporáneos. Ese es un destino bienaventurado. Su escritura se lo granjeó. Con ella forjó una obra sobresaliente. Uno de sus hitos es el final de Cien años de soledad. Es fantástico, si se acepta que la literatura de género fantástico es la revelación de que la realidad no es prosaica, ni indiferente, ni es la realidad que creemos; lo fantástico presenta otra forma de ser del tiempo y de la lógica sin recurrir a la magia. No es tanto que sucedan milagros o que duendes o fantasmas habiten en secreto las casas. El género fantástico tiene que ver menos con seres fabulosos y más con la resignificación del tiempo cotidiano, en el que a veces nos aburrimos y siempre pagamos cuentas, en el que transcurren horas vacías, flota el polvo y el sol entra por la ventana.  
 
En el cuento La noche boca arriba, de Cortázar, por ejemplo, lo que el protagonista cree que es la realidad resulta ser un sueño, no un sueño que sueña por la noche y se esfuma al despertar para dar paso a la vida pedestre y concreta, sino el sueño de la realidad . Lo que él (y con él, los lectores) considera lo real se pone en entredicho cuando un sueño comienza a deslizarse en esa realidad, uno que, a la postre, en pugna con el aparente mundo de la vigilia, termina por prevalecer. Entonces, el mundo contemporáneo en el que el personaje creía vivir cambia de significado, se vuelve ilusorio, una fantástica ilusión construida minuciosamente, como la realidad.
 
No es lo mismo pensar lo fantástico como algo que ocurre en los sueños o en los cuentos fabulosos, que como algo que transforma nuestra noción del tiempo en que vivimos. Al descifrar los pergaminos de Melquiades en las páginas finales de Cien años de soledad, Aureliano Babilonia descubre que la realidad tiene forma libresca, que los pergaminos que leerá hasta el último instante del universo, es decir, de Macondo, son la escritura del tiempo, del que forman parte esos manuscritos. Una vez que llegue al punto final de la lectura, él no morirá simplemente, como cualquier mortal de los muchos que lo han precedido en la historia de Macondo. El fin de Macondo y el de Aureliano Babilonia son diferentes de la muerte que le acaece a un hombre o de una catástrofe natural que arrasa un pueblo; son el fin de un todo, son el fin del tiempo. Ninguno desaparece por causas terrenales o asociadas al mundo prosaico; su fin es de novela. Los días, las noches, los pensamientos y actos de los personajes, las calles y el aire de los corredores de las casas de Macondo son literarios porque conforman una realidad forjada como un libro. Esa realidad tiene su espejo en los pergaminos de Melquiades, pieza clave de su destino libresco, sin los cuales Aureliano Babilonia ni nosotros  sabríamos que ese mundo real está moldeado como un libro. Macondo es literario al punto de que llega a su fin cuando su lector (Aureliano Babilonia) concluye su lectura. Él lee a Macondo como una historia y Macondo termina cuando la lectura de su historia, dentro de la que está incuido el lector, culmina. Después del punto final, no hay nada. 
 
No es raro que en Macondo sucedan cosas mágicas, pero el fin de Macondo es extraordinario de una manera diferente a como es extraordinaria la llovizna de flores amarillas que cae cuando muere José Arcadio Buendía. De nuestro tiempo se han ido muchos dioses, vivimos en un mundo a la vez despoetizado y poético: así como podemos presenciar hechos fabulosos, ver fantasmas o experimentar coincidencias que merecen el calificativo de mágicas, también podemos vivir horas en las que sentimos la indiferencia del tiempo. El género fantástico persigue lo poético en el tiempo despoetizado, sin acudir a milagros; lo extrae del material mismo de ese tiempo medible, mudo, prosaico.
 
Que nuestra existencia misma  (es decir, la del mundo y el universo, que equivaldrían a Macondo) sea un todo, que ese todo tenga un comienzo y un final y que este tenga la forma de una ficción es una revelación asombrosa. Modificando algunos detalles, podría sucedernos a nosotros lo que a Aureliano Babilonia. Un día podríamos bajar un libro de un estante y comenzar a hojearlo para matar el tiempo (para Aureliano, los pergaminos de Melquiades no eran una lectura vana, pero ese viene a ser un detalle), y al poco de haber empezado a leer, descubrir que ese libro es el último de nuestra vida, tal como le sucedió a Aureliano mientras leía los pergaminos.
 
Siguiendo con el símil,  podríamos descubrir que el libro que estamos leyendo forma parte de nuestro destino, no porque así lo dispuso su autor-mago (en Cien años de soledad, ese autor-mago es Melquiades, que vendría ser el transcriptor de la escritura de la realidad), sino porque el tiempo y la realidad se comportan como un libro, como ese que leemos. Sería ese como el libro de la memoria del todo. Contiene todos sus instantes: los poéticos y los prosaicos, los intrascendentes y los mágicos.
 
El acto de leer desprevenidamente un texto podría terminar siendo, como para Aureliano Babilonia en Cien años de Soledad, el cumplimiento de un destino previsto por el tiempo y la realidad. Ese es un gran final de Gabriel García Márquez, un final final, el de un todo; pocas veces tan bien puesto un punto como el que cierra Cien años de Soledad, que es la escritura de la realidad. Un final fantástico que emparenta a García Márquez con Borges y Cortázar cuando, sin la mediación de actos  fabulosos o mágicos, ponen en entredicho la realidad o su forma de ser.
 
Ese final y esa novela producen admiración, así como la Crónica de una muerte anunciada, difícil de soltar mientras se lee, o un cuento como El rastro de tu sangre en la nieve, en el que la escritura de García Márquez, relatando lo que semeja un cuento de hadas (una princesa se pincha un dedo y ese accidente nimio adquiere tintes fatales), refleja ciudades, aeropuertos y tránsitos contemporáneos. En ese cuento leemos a un escritor sensible a las luces, vehículos y cristales citadinos. Es una pena que no nos hubiera dado más cuentos como ese.
 
Los invitamos a escuchar estas adaptaciones radiales de diferentes obras de Gabriel García Márquez:
 
La viuda de Montiel (se encuentra en el catálogo de la Fonoteca bajo la denominación CD010523)
 

 
 
La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada (se encuentra en el catálogo de la Fonoteca bajo la denominación CD010652)
 

 
 
Tiempo de morir (se encuentra en el catálogo de la Fonoteca bajo la denominación CD009711)
 

 
 
El coronel no tiene quien le escriba, primera parte (se encuentra en el catálogo de la Fonoteca bajo la denominación CD009429)
 

 
 
El coronel no tiene quien le escriba, segunda parte (se encuentra en el catálogo de la Fonoteca bajo la denominación CD009469)
 

 
 
El coronel no tiene quien le escriba, tercera parte (se encuentra en el catálogo de la Fonoteca bajo la denominación CD009445)
 

 
 
 
 
 
 
Fecha de publicación original Jue, 17/04/2014 - 20:45