A propósito del Día Mundial del Turismo que se lleva a cabo hoy cabe hablar de los zoológicos, un tipo de atractivo turístico en muchas partes del mundo. La Organización Mundial del Turismo estableció que el lema de este año para la celebración es “Turismo y paz”, y su objetivo es “concienciar sobre su papel decisivo y vital para el fomento de la paz, el entendimiento entre naciones y culturas y el apoyo a los procesos de reconciliación”.
Recientemente en Colombia se prohibieron las corridas de toros, en procura de una cultura de paz que se sobreponga a una de la violencia. La tauromaquia ha sido también de interés turístico por muchos años, especialmente en España. Al respecto podemos preguntarnos si la actividad turística de visitar zoológicos tiene algún sentido e impacto similar.
Más allá de hablar de situaciones de maltrato que se han denunciado en muchos zoológicos del mundo, vale la pena reflexionar sobre el sentido mismo de los zoológicos, más aún cuando visitarlos no es una actividad que parezca basarse en la violencia y son defendidos como espacios para la conservación de especies y el cuidado de animales víctimas de comercio ilegal. Para esto compartimos algunas reflexiones hechas por el filósofo Iván Darío Ávila en su texto titulado Zoológico Criminal de 2016.
Algo que de entrada tienen en común estas dos actividades es que, como muchas prácticas turísticas, se basan en el sentido de la vista, se trata de disfrutar viendo a los animales. La predominancia de lo visual en el mundo no es inocente, tiene que ver en gran medida con privilegiar un sentido que permite objetivar la realidad, la naturaleza de la mirada posibilita un distanciamiento respecto a eso otro que vemos.
Separarnos de lo otro ha sido históricamente parte de una inferiorización de poblaciones al punto de considerarlas y tratarlas como objetos o cosas susceptibles e incluso merecedoras de explotación y colonización, basta recordar los procesos de clasificación racial de pueblos indígenas y negros como parte de la colonización europea de América y África.
Así, en la modernidad los zoológicos aparecen como un espacio donde supuestamente vemos la salvaje animalidad desenvolverse, allí los seres vivos son “objetos para el conocimiento y la diversión del sujeto blanco y racional, pretendidamente moderno, civilizado”. Por esto, no sorprende que en lugares similares como los circos también hubiera en algún momento personas africanas expuestas “como animales”.
Lo llamado salvaje resulta exótico y suele asociarse a lo irracional y animal, como contrapartida de lo racional y humano. El animal salvaje se vende y construye como espectáculo. Por lo que el zoológico ha sido espacio tanto de goce como de observación, llevando a una caracterización de lo que son las especies encerradas.
Contrario al animal doméstico, al que se describe como sumiso ante su dominación y se le sitúa más cerca de lo humano, el animal salvaje se caracteriza como peligroso. Si indagamos por la historia y el sentido de los zoológicos veremos que ha cumplido un papel protagónico en definir qué es un animal salvaje, en un proceso que se conecta con la violencia especista que suele implicar el comercio de especies exóticas y la que acompaña tener encerrados y controlados a seres que quieren estar en su hábitat. Tener en cuenta lo expuesto nos permite dirigir la mirada de una forma crítica e interpretar de una manera poco común imágenes como las del siguiente fragmento:
Fragmento-Animales zoológico. Archivo Señal Memoria, BTCX30-015010 CLIP 2.
Han surgido diversas iniciativas para la conservación y protección de animales en peligro que no impliquen convertirlos en un espectáculo, pero aún es bastante amplia la aceptación de los zoológicos como un espacio para las visitas familiares y escolares. Estas exploraciones son, en otros términos, la búsqueda de lugares de cuidado, conservación y conocimiento que se basen en una paz que incluya a otras especies, librándolas de violencias que no se limitan al maltrato, sino a la privación de su libertad en jaulas físicas y a las jaulas culturales que los condenan a ser vistos y tratados como cosas exóticas para el disfrute humano.
Por: Camilo Fernández J.