Ficha Técnica
En la Cali de 1984 ocurrió un suceso tan preocupante como trágico: varias personas resultaron intoxicadas tras ingerir aguardiente durante el velorio de uno de sus vecinos. Según una nota del Noticiero de las Siete (N7), los hechos se registraron en el barrio El Retiro del distrito de Aguablanca, al oriente de la capital vallecaucana.
De acuerdo con la periodista María Piedad Delgado, un grupo de personas compartía bebidas en la velación del señor Héctor Moreno, reconocido comerciante de la zona. Como era costumbre, el rito fúnebre estuvo acompañado por el consumo de aguardiente entre familiares y amigos. Sin embargo, la bebida estaba adulterada y varios asistentes terminaron hospitalizados.
Lo más llamativo del caso fue que el propio señor Moreno había muerto precisamente por ingerir aguardiente adulterado, posiblemente distribuido desde su propio establecimiento. Igual de curioso resultó el tratamiento médico para los intoxicados, el cual incluye, además de medicamentos, la ingesta de un trago de aguardiente cada dos horas. Más allá de la ironía, este episodio no fue un hecho aislado, ni en Cali ni en otras regiones del país.
Según informes del periódico El Tiempo, ya se habían registrado casos de intoxicación masiva por consumo de licor adulterado, como el ocurrido el 21 de marzo de 1981 en Palmira (Valle), que dejó veintiún muertos. El 22 de diciembre de 1984, en Bogotá, ocho personas perdieron la vida por la misma causa. Años después, en 1987, se repitieron tragedias similares en Cali y Yumbo, con un saldo de ocho fallecidos y seis heridos graves, respectivamente.
En todos estos casos se repitieron patrones casi idénticos: la utilización de alcohol metílico o metanol para adulterar la bebida, la participación de fabricantes y vendedores inescrupulosos y, con frecuencia, víctimas pertenecientes a los sectores más marginados de las ciudades.
Esta pieza documental, conservada por el Archivo Señal Memoria, invita a reflexionar sobre si estos hechos no exigen respuestas que trasciendan lo judicial. ¿No son también una cuestión de salud pública y de desigualdad social?
Por: Carlos Emerson Rivas Cabezas
