
Ficha Técnica
El tejo, hoy pólvora, risas y pies untados de greda, hace cuarenta años fue un problema municipal, casi un fenómeno macondiano. En 1984, en Togüí, Boyacá, el alcalde decidió cerrar las canchas durante los días y horas laborales porque, según él, los jornaleros preferían la pólvora que el azadón, como si lo único importante de la cotidianidad fuese el trabajo. La medida fue registrada en el emblemático Noticiero de las siete N7 por la periodista María Luisa Mejía, que más que reportera, se convirtió en referente de la crónica y denuncia periodística en la década del ochenta.
El fragmento audiovisual muestra a Félix Antonio Poveda, un empleador que celebra la decisión como forma de potenciar la productividad. Su relato, más que señalar la problemática laboral, denuncia un fenómeno histórico: la lucha de clases. Y es que lo que hoy representa culturalmente a muchos colombianos, en algún momento fue visto como propio de “la plebe”, de “la vagabundería” y lo “inculto”, rastros de una nación que aún en los ochenta se debatía entre moral, civilización y barbarie.
El contraste aparece en la entrevista con Jaime y María Alfonso, dueños de una cancha de tejo en Togüí, quienes lamentan la ruina que la decisión implicaba para su negocio. Para muchas familias, el tejo era sustento, con ganancias semanales entre los 150 y 200 pesos colombianos; esto nos muestra cómo la economía local se veía atravesada por la moral del trabajo.
Pero nada de esto tendría sentido sin los jornaleros, pieza fundamental de la estructura laboral. José Antonio Quintero y Amílcar Pinilla, con frases memorables, defendieron su derecho al tiempo libre, cargado de pólvora, amigos y trago, como si trabajar, jugar tejo y tomar cerveza no pudieran convivir en la misma semana. ¿Qué podríamos decir de esto hoy en día? Casi un eco al discurso que 40 años antes acusaba a la chicha de embrutecer a la gente. Y es que lo irónico llegó dieciséis años después, en el año 2000, cuando la Ley 613 declaró al tejo como deporte nacional y en 2019 la Ley 1947 lo elevó a Patrimonio Cultural Inmaterial.
Este titular de 1984 permite comprender el desarrollo de la cultura nacional: los vicios de “lo popular” terminaron con títulos oficiales, federaciones propias e incluso apoyo presupuestal. Es como si el tiempo guardara sus ironías. Este fragmento del Noticiero de las siete N7 conserva esas contradicciones: un alcalde que cierra canchas para defender la productividad y un país que, años después, decide que lo único improductivo es olvidar sus tradiciones. Hoy estallan mechas de pólvora que narran más de 500 años de historia, y una memoria nacional que entendió el tiempo libre como auténtico dispositivo de cultura y patrimonio.
Por: Juan David Alfonso