Cultura y sociedad | Señal Memoria

Cultura y sociedad

Colección que agrupa los documentos relacionados con temas de interés general, expresiones artísticas, manifestaciones y producciones culturales originadas por los diferentes tipos de poblaciones en el país.

El Quartetto Italiano, activo entre 1945 y 1980, mantuvo una nómina estable integrada por Paolo Borciani y Elisa Pegreffi, violines; Piero Farulli, viola (entre 1947 y 1977) y Franco Rossi, chelo. Con un extraordinario éxito logrado desde los años 1950, pero particularmente en las décadas siguientes, sus integrantes mantuvieron una virtual convivencia con giras de cien o más conciertos anuales. Esta vida forzosa y llena de disciplina, produjo no solo una admirada relación musical, sino también el surgimiento de declarados amores entre sus dos violinistas, llevados al altar en 1959. Otra fructífera relación fue aquella con el sello Philips, de la que se tiene la integral de cuartetos de Beethoven y Mozart, además de las obras de Brahms, Schubert, Schumann, Ravel y Debussy. También se incluye esta grabación de 1970, dedicada a las obras para cuarteto escritas en los albores del siglo XX por el compositor austriaco Anton Webern (1883-1945).

Otro de los proyectos musicales que hicieron célebre la labor de Walter Legge (1906-1979), como productor discográfico y gestor, es esta sonada conjunción de cuatro personalidades, recordadas por un carácter voluntarioso y ególatra. Se trata del pianista Sviatoslav Richter (1915-1997), el violinista David Oistrakh (1908-1974) y el chelista Mstislav Rostropovich (1927-2007), tres de los grandes productos de la escuela musical soviética, varias veces galardonados con el premio Stalin, joyas de la corona que en algún momento desertaron a Occidente, con sonados escándalos culturales y políticos al otro lado de la Cortina de hierro. Además de ello, un director de culto, Herbert von Karajan (1908-1989), rivalizado en su momento acaso por Furtwängler y Toscanini. Subyace detrás de este disco la producción de un objeto de garantizado consumo, que se supone sería la grabación canónica del “Triple concierto” para violín, violonchelo y piano en Do mayor, op. 56 de Ludwig van Beethoven. Ciertamente se trata de una laureada versión; difícil sería que no lo fuera, con cuatro marcadas personalidades cada una intentando llevar las riendas de la obra en una incómoda convivencia.

Plácido Domingo (1941) es una de las figuras más favorecidas del mundo actual de la música clásica. Reconocido tanto por su rol como tenor operístico como por sus incursiones en un medio musical más popular; también como director de orquesta e incluso como productor de ópera. En cada uno de estos campos Domingo se ha hecho célebre y hoy en día es una de las figuras mejor pagas en este universo. Este es el Plácido Domingo joven, aún abriéndose camino y su mirada desafiante está muy lejos de ser la del laureado tenor. Aún así, presenta una producción que acredita su versatilidad operística, con extractos que abarcan desde el barroco hasta el verismo italiano: Giulio Cesare (1724), Händel; Don Giovanni (1787), Mozart; Il Duca d’Alba (1839/1882), Donizetti/Salvi; La judía (1835), Lévy Halévy; Luisa Miller (1849), Verdi; Lohengrin (1850), Wagner; Simón Boccanegra (1857/1881), Verdi; Eugene Onegin (1879), Tchaikovsky; Le villi (1884), Puccini; Iris (1898), Mascagni.

Para la grabación de este disco en 1976, el violinista Gidon Kremer (1947) aún se encontraba radicado en su tierra natal. Pocos años después, en 1980, con mayor reconocimiento en Occidente, se radicó en Alemania. Personaje ecléctico, célebre por sus incursiones y la promoción de repertorio contemporáneo, director de una idiosincrática orquesta de cámara que lleva por nombre, “Kremerata Báltica”, músico experimental por una parte y que a la vez constituye un célebre dúo con la pianista Martha Argerich, o un trío con ella y el chelista Mischa Maisky, para girar con programas convencionales. La grabación aquí presentada, además de ser una particular interpretación de Bach, ofrece un Gidon Kremer vestido a la usanza de su juventud, sensiblemente distinto al célebre violinista que encarna los valores de la vanguardia.

Ludwig van Beethoven (1770-1827) tuvo una especial relación con España. Su abuelo era flamenco, situación que le permitió tener una idea de aquella tierra, aún sin haberla conocido. Algunas de sus composiciones nos ofrecen un Beethoven con los ojos puestos en la Península, desde la ópera “Fidelio” op.72 (1815), hasta pequeñas canciones como “La tirana se embarca” (tiranilla española), “Una paloma blanca” (bolero) y “Como una mariposa” (bolero), incluidas en las 36 canciones populares de diversos países, WoO 158 (1816-1818), escritas por sugerencia de su amigo el editor Thompson, de Edimburgo. Este conjunto de “Canciones españolas” por él armonizadas, adquirió en consecuencia cierta validación pero no suele repararse en que entre las canciones compuestas por Beethoven hay canciones españolas. Son las que aparecen en este particular y muy poco conocido disco.

Se tiene con este disco un repertorio de corte paradójicamente marginal. A diferencia de grandes sinfonías y conciertos, las piezas de cámara aquí incluidas no son el tipo de obras con las que suele recordarse la magna figura de Beethoven. No obstante, hacen parte de lo que fue el grueso de su producción. Haydn, Mozart y Beethoven, paradigmas del canon musical clásico y romántico, fueron músicos que no solo se encargaron de componer el tipo de obras maestras que les inmortalizaron. Buena parte de su tiempo, sino la mayoría, tenían que ganar su sustento con meritorios esfuerzos a cambio de dinero contante y sonante. En el caso de Beethoven, se encuentra un número significativo de obras para instrumentos heterodoxos, como el clavecín, el pianoforte o la mandolina, aún comunes por entonces, olvidados años más tarde hasta la entrada del siglo XX.

Jascha Heifetz (1901-1987) es el más reconocido violinista del siglo XX. Como celebrado niño prodigio, se afirmó de su talento:“todo lo que toca lo convierte en oro”. En el mismo sentido, el dramaturgo, escritor y crítico musical irlandés George Bernard Shaw, le recomendó en su momento esmerarse en tocar cada noche una nota falsa, para así recordar lo que significa equivocarse alguna vez en la vida. Grabaciones por centenas, le convierten en una superestrella de corte hollywoodense, en un músico excepcional pero, así mismo, lleno de frivolidad. Fue famoso por hacerse a exorbitantes honorarios, por su mansión y, en general, por un estilo de vida mucho más cercano al de un personaje de farándula que a lo que pudiera imaginarse es la vida de un músico clásico.

Szymon Goldberg (1909-1993) fue un importante violinista, con grabaciones de culto que al igual que su carrera no contaron con la difusión suficiente para generar un prestigio sin duda merecido. Célebre, además, por su dueto con la pianista Lili Kraus (1903-1983), fue recluido con ella en un campo de concentración japonés, tras ser capturados mientras se encontraban de gira por el continente asiático. Su condición de judío también determinó pocos años antes la interrupción de un descollante papel como concertino de la Orquesta filarmónica de Berlín, por haber sido expulsado de la Alemania nazi, durante aquella época dorada de la orquesta presidida por Wilhelm Furtwängler. Goldberg fue un violinista que por estas y otras circunstancias, sumadas a una difícil personalidad, nunca estuvo demasiado cerca al estrellato.

Considerado un prodigio del piano en el siglo XX, Dinu Lipatti (1917-1950) murió en la cumbre de su juventud por efecto de una devastador linfoma maligno. Este rumano que descollaba por igual en el repertorio de Schumann, Grieg o Chopin, como también en las obras de su época, particularmente de Bartók y Ravel, dejó un legado discográfico breve pero apreciado hasta la actualidad. Las grabaciones de Lipatti son joyas sin excepción. Esta publicación de 1943 incluye un repertorio elocuente sobre su versatilidad.