Cultura y sociedad | Señal Memoria

Cultura y sociedad

Colección que agrupa los documentos relacionados con temas de interés general, expresiones artísticas, manifestaciones y producciones culturales originadas por los diferentes tipos de poblaciones en el país.

Luego del debut discográfico de Jordi Savall (1942) con la producción de 1968 Songs of Andalusia (Canciones de Andalucía), como integrante del conjunto Barcelona Ars Musicae, el músico catalán alcanzó figuraciones cada vez más destacadas en la interpretación historicista de los enigmas inherentes a la música antigua. Con numerosas grabaciones de referencia como intérprete de la viola da gamba y director de Hespèrion XXI, su nutrido catálogo incluye producciones junto a figuras como Michel Piguet, Gustav Leonhardt, Christopher Hogwood, Ton Koopman o Hopkinson Smith. Es de destacar el disco del año 1972, Music for guitar and harpsichord realizado junto a John Williams y el colombiano Rafael Puyana. Aquí se expone la carátula de una producción intermedia publicada en 1983, con la participación de la soprano Montserrat Figueras, esposa de Savall fallecida en 2011, luego de un trasegar igualmente deslumbrante.

En la búsqueda de nuevas alternativas para refrescar el entorno de la música llamada clásica, durante los años 1950 y 1960 los sellos discográficos Vox, Vanguard y Turnabout publicaron grabaciones de figuras descollantes e innovadoras para el momento, con figuración protagónica pocos años después y hasta el presente. Es el caso de Alfred Brendel (1931) pianista de origen checo que en 1951 debutó en el medio discográfico con la primera grabación hecha de la suite para piano Weihnachtsbaum (Árbol de navidad), de Franz Liszt. Al finalizar la década, Brendel se entregó a los registros discográficos de un buen porcentaje de la obra para piano de Mozart y la totalidad de la obra de Beethoven, tarea que le ocupó durante casi la totalidad de los años 1960. Este disco nos presenta una postal de juventud de quien es considerado uno de los grandes pianistas del siglo XX. Hace parte de esa serie de grabaciones hechas para Turnabout, previas al gran contrato firmado con la casa Philips.

El estadounidense Paul Robeson fue una figura enormemente polémica durante la Guerra Fría (1947 – 1991). Poseedor de una fuerte voz de bajo, actor, activo militante del Partido Comunista y del movimiento por los Derechos Civiles en su país, así como de la causa antifascista durante la Guerra Civil Española, fue, a pesar de todas las trabas, persecuciones y censuras, el primer artista del bloque de occidente en presentarse en Moscú, en 1959. Aparte de sus méritos como artista, hoy en día se le reconoce como uno de los más importantes luchadores contra el imperialismo en Estados Unidos.

La llamada música clásica conlleva problemas ideológicos y políticos de gama heterogénea; el género o la raza entre ellos. Sin duda es mayor el número de hombres que ha alcanzado notoriedad y muchos más los de raza blanca, en particular cuando se trata de directores de orquesta. Ciertamente ha habido muchas pianistas famosas, pero difícilmente entre ellas habido alguna de raza negra. Obviamente, esto tiene que ver con la ideología y la discriminación, y no con la sensibilidad o las aptitudes. Valga por lo mismo destacar a Teresa Gómez, eminente pianista colombiana.

En la historia de la interpretación musical del siglo pasado, así como del disco de música clásica, pocas figuras han sido tan polifacéticas y sensibles como David Munrow. Flautista amateur, aunque de un enorme talento, descubrió su fascinación por los instrumentos exóticos y las tradiciones interpretativas en Perú, mientras trabajaba para el Consejo Británico. Luego, a la cabeza de su Early Music Consort of London, volcó ese mismo interés hacia la resolución especulativa de cómo debía haber sonado la música del pasado medieval y renacentista. Fue un inteligente editor musical y un exitoso realizador radial para la BBC. Así mismo descolló como virtuoso de la flauta dulce, y en esa calidad lo encontramos al lado de otro emblema del resurgimiento discográfico de la música barroca, el violinista y director Neville Marriner.

El colombiano Rafael Puyana fue sin duda uno de los grandes clavecinistas del siglo pasado. Reconocido como el discípulo más importante de Wanda Landowska, alcanzó un prestigio internacional de cuya magnitud no se tuvo una real percepción en nuestro país. Sus primeros discos fueron grabados con un clavecín muy parecido al de su maestra, de sonido distinto a aquel que hoy consideraríamos como “auténtico”, pero interpretado con elegancia y poesía. Más adelante, y casi hasta el presente, las mismas virtudes se hicieron evidentes en sus registros en instrumentos originales. Sus rendiciones de Scarlatti y Soler son insuperadas hasta la fecha.

La pianista Marcelle Meyer fue la musa de varios de los más importantes compositores franceses de las dos primeras décadas del siglo XX, cuyo repertorio interpretó y grabó con indiscutible autoridad. Pero asimismo, mientras su colega Wanda Landowska reclamaba para el clavecín las obras de los maestros barrocos del teclado, Meyer las redescubría con elegancia y enorme sensibilidad en el piano moderno. Por eso son igualmente inestimables sus grabaciones de la música de Rameau (siglo XVIII), Satie (siglo XIX) y Ravel (siglo XX).

De pocos intérpretes puede afirmarse lo que se ha dicho de Wanda Landowska: que desató una revolución. Pianista polaca de sólida formación en la escuela que derivaba directamente de Liszt y Chopin, célebre ya por sus interpretaciones de Mozart, descubrió el repertorio para clavicémbalo y se convirtió en la primera gran virtuosa en los tiempos modernos de este instrumento, que llevaba más de cien años considerado como un aparato obsoleto y cuya sonoridad y mecanismo habían sido desplazados por aquellos muy distintos del piano. Para tal fin, Landowska se mandó construir un clavecín con pedales y un chasis de hierro, que pudiera proyectar el sonido a semejanza de un piano moderno. Desde entonces hasta nuestros días, gracias al firme proselitismo de Wanda Landowska y, sobre todo, a sus grabaciones, no sólo el clavecín volvió a ser un instrumento importante, sino que arrancó en firme el redescubrimiento de la música anterior a 1750.

Icono pianístico del siglo XX, el canadiense Glenn Gould se opuso a la principal exigencia social que su profesión heredaba del siglo anterior, como era la de ser una figura pública, con un itinerario demarcado por las salas de concierto y un denotado papel como solista, ya fuera de cara a la masa orquestal o en solitario. Gould supo convertirse en una genuina superestrella justamente por renunciar a todo esto, creando a su alrededor un halo de misterio por sus excéntricas exigencias a la hora de grabar en estudio, sólo él ante el micrófono. Lo cual no significa que sus versiones de buena parte de la obra para teclado de Johann Sebastian Bach y de algunos compositores del siglo XVII no tengan bien merecido el estatus de culto que tienen hasta el día de hoy, porque efectivamente comunican algo único, con una convicción y una personalidad irrepetibles. La trágica muerte de Gould en 1982, a causa de un derrame cerebral, le dio el toque final a su leyenda.