¿Cómo se libraban las guerras civiles en el siglo XIX? | Señal Memoria

¿Cómo se libraban las guerras civiles en el siglo XIX?
Publicado el Lun, 18/07/2022 - 11:27
¿Cómo se libraban las guerras civiles en el siglo XIX?

La guerra de los Mil Días fue la última guerra civil del siglo XIX. En ella se evidenciaron métodos y modelos que también configuraron gran parte de los otros conflictos civiles del orden nacional, así como de las guerras de tipo regional de aquella centuria. Las armas, el papel de las mujeres, la poca preparación de los combatientes, la intervención de la curia, el rol del dinero e, incluso, el efecto del licor, fueron algunos de los muchos aspectos que es necesario abordar cuando se habla de los combates que dieron como resultado la Colombia de hoy.

Tres cosas que abordaremos son la participación de las mujeres en la guerra, el licor y la división social de los bandos enfrentados, las cuales sintetizan en gran medida el comportamiento de la sociedad colombiana en permanente conflicto. 

Si bien no se conservan testimonios cinematográficos de la guerra de los Mil Días, Señal Memoria preserva algunas series de la colección Revivamos Nuestra Historia, en las que se recrean hechos políticos, bélicos y sociales del conflicto. En este caso las imágenes provienen del capítulo XII, titulado Vísperas de la hecatombe, perteneciente a la miniserie Rafael Reyes, vencedor de imposibles (1984), conservada y restaurada por el Archivo Señal Memoria. El siguiente fragmento recrea el inicio de la batalla de Palonegro, el 11 de mayo de 1900.

 

Rangel Rengifo, Jorge (Productor). Triana, Jorge Alí (Director). (1984). Rafael Reyes, vencedor de imposibles. [Serie] [Capítulo XII – Vísperas de la hecatombe]. Colombia: PROMEC Televisión ; Producciones Eduardo Lemaitre. Archivo Señal Memoria, UMT 216828 CLIP 1.

 

Las mujeres en la guerra de los Mil Días

La participación femenina en el devastador conflicto estuvo determinada, al igual que en las guerras anteriores, por la extracción social. Para Álvaro Tirado Mejía las actividades de las mujeres, “iban desde el rezo por el éxito de sus parciales hasta la acción directa en los combates. ´Las voluntarias´, ´las vivanderas´, ´las juanas´, fueron inseparables de los ejércitos y el mejor sostén con que podía contar el campesino soldado”. 

Las mujeres tejían estandartes con leyendas motivantes, ejerciendo su labor de enfermería atendían a oficiales heridos que quedaban al cuidado de familias pudientes, conseguían y preparaban los alimentos para la tropa, lo que implicaba sufrir las mismas penalidades del combate, incluída la muerte. 

El autor Carlos Eduardo Jaramillo nos dice en Las Juanas de la Revolución, que “la vinculación de las mujeres a la guerra fue tan importante que no creemos equivocarnos al afirmar que no hubo ni madre, ni esposa, ni amante o compañera de combatiente que no hiciera acto de presencia en el conflicto. Los motivos que las indujeron a su participación directa son variados, y aunque van desde la pasión política y el afán de lucro, hasta los caprichos del amor y el apego a la aventura, han sido estas dos últimas las razones más destacadas y las que mayor número de mujeres arrastraron a los campos de batalla”.

Por supuesto, también tuvieron presencia como combatientes, especialmente del lado liberal. No obstante y a pesar de constituirse como un ejército nacional que prohibía la participación femenina, hubo igualmente combatientes conservadoras irregulares. Destacaron las figuras de Virginia Huertas (alias Chilanegra), Mercedes Muñoz (alias Cuesca), Albina Campana, Mercedes Lucero, Gracia López, Visitación Portilla, Domitila Montenegro, Edelmira Rosero, Laura Chamorro y Emperatriz Dorado.

En el bando liberal algunas asumieron el mando de tropas como oficiales de cuerpos regulares. Cayeron en el campo mujeres como Candelaria Pachón, muerta en la batalla de Terán; Ana María Valencia, abanderada del Batallón Pamplona, muerta en Palonegro; Inés Melgar, segundo jefe del Batallón Gaitán de Panamá; Carmen Bernal, corneta a órdenes del general Hermógenes Gallo.

Como guerrilleras liberales se destacaron Natalia Galindo, Ercilia Zorrillo, Luisa Guzmán, Rosa Vera, María Luisa, Mónica y Saturnina Higuera, Eulogia Chaparro y tantas otras mujeres olvidadas por la historia bélica colombiana, pero recordadas en el ámbito local. 

En el siguiente fragmento de Rafael Reyes, vencedor de imposibles se aprecia uno de los tantos hechos irregulares de la guerra de los Mil Días: el fusilamiento de campesinos liberales y el saqueo y destrucción posterior por parte de las tropas gobiernistas. Mujeres y niños fueron víctimas, más allá de los combates entre ambos ejércitos.

 

Rangel Rengifo, Jorge (Productor). Triana, Jorge Alí (Director). (1984). Rafael Reyes, vencedor de imposibles. [Serie] [Capítulo XII – Vísperas de la hecatombe]. Colombia: PROMEC Televisión ; Producciones Eduardo Lemaitre. Archivo Señal Memoria, UMT 216828 CLIP 1. 

 

Trago y pólvora

Un ingrediente fundamental en la guerra (dentro y fuera de Colombia) ha sido el licor. En la historia de nuestro país su presencia en el combate ha sido permanente desde tiempos inmemoriales. En la guerra de los Mil Días se aplicaba la vieja costumbre de proveer a los soldados, especialmente del lado liberal, de la mezcla de aguardiente y pólvora para enardecer el espíritu. Sin embargo, los resultados fueron desastrosos, tal y como lo atestiguan las derrotas liberales en Palonegro y la fracasada toma de Ibagué por parte de Tulio Varón, en septiembre de 1901. 

Bien lo dijo Rafael Uribe Uribe años después de la guerra, en una intervención en el Congreso: "El alcoholismo es el cáncer social que nos devora y que está haciendo degenerar con rapidez la raza (…) que los colombianos beban mucho para que la renta de licores produzca lo más posible; es la propaganda oficial de la ebriedad".

En Palonegro, la batalla más sangrienta de la guerra de los Mil Días, varios testimonios dan fe de las cantidades de licor que se consumieron. Croniquillas de mi ciudad de Luis María Mora, recuerda que “lo que más había en las casas de Palonegro eran centenares de botellas vacías de brandy, aguardiente y ginebra, lo cual nos revelaba que nuestros enemigos no habían sido muy sobrios en ofrendas a Baco, en tanto que celebraban las pompas de Marte”. Sin duda, el consumo de licor en la historia de Colombia es un tema que está en mora de ser estudiado ampliamente por parte de la historiografía. 

Los ejércitos y el clasismo

El ejército que enfrentó la crisis generada por la rebelión liberal estaba en proceso de reestructuración. Nos dice Rafael Pardo en La historia de las guerras: “La Constitución de 1886 había creado un ejército nacional [presente en el Título XVI. De la Fuerza Pública], y había permitido la formación de milicias nacionales, aunque esta figura había sido abolida en la práctica en 1863, cuando se establecieron milicias de los estados, y cancelada en 1886, con el régimen centralista”. 

En 1899, el Ejército nacional contaba con 7.391 soldados y 585 oficiales, distribuidos en siete regiones o divisiones. Desde 1897 se había creado el servicio militar obligatorio y a pesar de los esfuerzos del gobierno, su preparación era aún incipiente y su capacidad militar deficiente. Gran parte de sus oficiales eran veteranos de otras guerras de origen político y con la confianza de sus jefes derivada de la respectiva afiliación partidista. Sus méritos y carrera eran una excepción. 

En este sentido, un elemento en el que se aprecia ampliamente el clasismo de la sociedad durante la guerra está presente en aquellos que componían los ejércitos en contienda. Hubo un claro abismo entre oficiales y soldados. Los primeros casi siempre pertenecían a las esferas dominantes, lo que garantizaba sus carreras como oficiales y el fácil ascenso en rango. Álvaro Tirado Mejía, en su libro Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia, señala: “...Por provenir de ellas ingresaban directamente al ejército en calidad de oficiales. Durante la contienda gozaban de privilegios frente al enemigo, el cual les daba un tratamiento de clase. [Si bien] las contiendas sirvieron como canal de ascenso a ciertas personas de origen popular que se destacaron por su bravura, siempre este ascenso quedó limitado y siempre los oficiales de otro origen y la clase dominante tuvieron desconfianza de ellos y les enrostraron su procedencia racial negra, mulata o indígena”. 

La insurgencia liberal

En el caso de los ejércitos rebeldes de la guerra de los Mil Días, su creación tuvo lugar a partir de la voluntad de un financista poderoso encargado de los gastos y que reclutaba las tropas entre sus mismos trabajadores, voluntariamente o a la fuerza. De sus haciendas salían hombres y ganado para su alimentación, lo que les daba casi de inmediato el rango de general, aunque su experiencia bélica fuera nula. Así mismo, de su presupuesto salía el dinero para adquirir armamento. Las unidades obedecían a su patrocinador y llevaban su nombre, algo que iba en detrimento del bando rebelde al no encontrar una unidad en el mando, sino pequeños ejércitos comandados por caudillos. 

Uno de los aspectos más notables de esta guerra consistió en las diversas maneras en las que los ejércitos en contienda consiguieron armamento. El financiamiento privado fue la constante entre el ejército y la guerrilla liberal, que para su causa contó con patrimonios familiares y donaciones provenientes de Colombia y de países como Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Guatemala. A continuación una repartición de armamento en la serie Rafael Reyes, vencedor de imposibles, protagonizada por parte de Rafael Uribe Uribe, uno de los miembros más destacados de las fuerzas liberales. Interpreta el actor Gerardo Calero. 

 

Rangel Rengifo, Jorge (Productor). Triana, Jorge Alí (Director). (1984). Rafael Reyes, vencedor de imposibles. [Serie] [Capítulo XII – Vísperas de la hecatombe]. Colombia: PROMEC Televisión ; Producciones Eduardo Lemaitre. Archivo Señal Memoria, UMT 216828 CLIP 1.

 


Autor: Javier Hernández 

 

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Fecha de publicación original Lun, 18/07/2022 - 11:27