
Durante los años ochenta, el conflicto armado colombiano se transformó en sus dimensiones territoriales, políticas y simbólicas. A través de los registros del Noticiero de las Siete N7 —preservados en el archivo Señal Memoria—, este artículo propone una mirada a esa década desde dos hechos emblemáticos: el asesinato de Rodrigo Lara Bonilla y la masacre de La Rochela.
Durante los años ochenta, Colombia vivió una de las décadas más críticas en la configuración histórica del conflicto armado. Lejos de ser un estallido repentino de violencia, esta etapa condensó procesos acumulados de exclusión política, concentración de la tierra, debilidad institucional, represión estatal y emergencia de nuevos actores armados. Fue una década atravesada por el fortalecimiento de las guerrillas —especialmente las FARC, el ELN y el M-19—, el surgimiento y expansión del paramilitarismo, el ascenso del narcotráfico como poder armado y económico, y una respuesta estatal que osciló entre la militarización, la represión y los intentos de apertura democrática.
El conflicto no solo se intensificó en términos cuantitativos, sino que se reconfiguró en sus dimensiones territoriales, sociales y simbólicas. Entender los años ochenta es clave para comprender no solo la historia del conflicto, sino también la manera en que ese país en crisis fue narrado, registrado y conservado en nuestra memoria colectiva.
En ese escenario, los noticieros de televisión —y en este caso el Noticiero de las Siete N7— desempeñaron un papel fundamental como testigos y productores de relatos sobre la guerra. Más que emisores de una verdad absoluta, fueron reflejo de una época, con todas las tensiones, urgencias y limitaciones que ello implica. Sus registros, como los que hoy custodia el archivo Señal Memoria, son testimonios del modo en que la sociedad colombiana procesó la violencia y se representó a sí misma frente a ella. Son documentos audiovisuales que, además de su valor patrimonial y cultural, han sido reconocidos como fuentes judiciales clave en procesos de esclarecimiento y justicia.
La televisión registró la violencia, sí, pero también la domesticó: la volvió parte de lo cotidiano. Ver la guerra fue, en muchos sentidos, aprender a vivir con ella. Ya lo decía Susan Sontag: la exposición a este tipo de imágenes puede conmover, pero también puede anestesiar.
(1984). Noticiero de las Siete N7: 1983-2001. Sepelio Rodrigo Lara Bonilla. Colombia: Programar Televisión. Archivo Señal Memoria, UMT-217478
La muerte de Rodrigo Lara Bonilla (1984) fue un punto de quiebre. Como ministro de Justicia, Lara había asumido una posición frontal contra el narcotráfico, denunciando la penetración de los carteles en la política y la economía. Su asesinato a manos de sicarios del cartel de Medellín estremeció al país, que presenció en vivo y en directo la conmoción de un Estado vulnerado por intereses criminales.
El cubrimiento televisivo fue amplio y diverso, y el archivo Señal Memoria conserva múltiples registros de ese momento. Para este artículo se trabaja con un fragmento en el que se muestra el vehículo baleado y se escucha el testimonio del médico que lo atendió. La fuerza de esa imagen radica en su capacidad para condensar el horror, la fragilidad del poder y el desbordamiento de lo imaginable. No se trata solo del atentado contra un funcionario: se trata de la exposición pública de una fractura institucional. El país vio la guerra, la reconoció en sus pantallas, y ese registro quedó inscrito en la memoria de toda una generación.
(1989). Noticiero de las Siete N7: 1983-2001. Velorio de las víctimas de La Rochela. Colombia: Programar Televisión. Archivo Señal Memoria, BTCX60 065689
La masacre de La Rochela, ocurrida cinco años después, revela otra dimensión del conflicto: la ofensiva contra el poder judicial. En enero de 1989, una comisión de investigación de la rama judicial fue emboscada y asesinada mientras documentaba denuncias sobre vínculos entre paramilitares, narcotráfico y sectores del Estado en el Magdalena Medio. Fue un crimen planificado, con móviles políticos y operativos complejos.
También fue, como el caso Lara, ampliamente cubierto por los medios. En este artículo se retoma el fragmento del noticiero que muestra los funerales y los actos solemnes en homenaje a las víctimas. Más allá de su contenido específico, este fragmento forma parte de un conjunto de registros que pusieron ante los ojos de la ciudadanía el impacto humano y simbólico del conflicto. Mostrar el dolor colectivo, dar cuenta de lo irreparable.
Ambos casos —como muchos otros— ilustran que los años ochenta no fueron únicamente una década de guerra, sino también una década intensamente narrada. El país no solo fue sacudido por la violencia, también fue testigo de sí mismo. El noticiero fue una de las formas en que esa experiencia se grabó en la conciencia colectiva.
Lo que hoy encontramos entre los documentos que salvaguarda Señal Memoria son formas de mirar, de recordar, de construir sentido. Volver a estos registros es un ejercicio de memoria social. Un intento por comprender desde el presente qué vimos, cómo lo vimos, y qué efectos tuvo esa mirada en nuestra comprensión del conflicto.
En los ochenta, el conflicto transformó al país en sus estructuras más profundas. Y la televisión registró esa transformación, la documentó con los recursos y límites de su tiempo.
Hoy, esos registros nos devuelven una pregunta fundamental: ¿cómo se recuerda una guerra cuando ha sido parte del paisaje cotidiano? Mirar estos fragmentos no es solo volver al pasado, es también reconocer que lo que se grabó no fue solo la imagen del hecho, sino una forma entera de habitar y comprender un país en crisis.
Por: Laura Vera Jaramillo