¡Que viva Andrés Caicedo! | Señal Memoria

Andrés Caicedo
Publicado el Vie, 04/03/2022 - 09:04
¡Que viva Andrés Caicedo!

La fecha del fallecimiento del Andrés Caicedo es una las más recordadas en la historia del último medio siglo de literatura colombiana, por tratarse de la partida de un escritor que, dada su juventud, la abundante obra que produjo, y la calidad de la misma, desaparecía a mediados de la década de 1970 como una promesa trunca, cuyos frutos la muerte interrumpió.

El 4 de marzo de 1977 Andrés Caicedo se quitó la vida tras ingerir sesenta pastillas de seconal. Tenía 25 años, era escritor y por cuenta de su trágica muerte y también de la hondura de una obra en la que venía trabajando de manera compulsiva desde que era adolescente, Andrés Caicedo estaba a punto de empezar a convertirse en una suerte de mito, en un autor de culto, en un símbolo. Cuarenta y cinco años después de su suicidio su figura sigue allí, enhiesta en la imaginación de quienes lo conocieron o simplemente lo leyeron, idealizada por tantos jóvenes con aspiraciones de escritor, confundida con la traza de sus propios personajes, afantasmada en las calles de su Cali natal.

Ahora bien, todo mito invita, una y otra y otra vez, a repasar cada uno de los momentos de su vida, a tratar de condensarla en unas cuantas palabras, tal y como podemos apreciarlo en el fragmento del programa A paso de página, del Canal Universitario de Antioquia, emitido en 2009, el cual introduce la vida y obra de Caicedo.

 

Canal Universitario de Antioquia (Productor). Pérez, Laura (Directora). (2009). A paso de página [Serie biográfica]. Medellín – Antioquia: Canal Universitario de Antioquia. Archivo Señal Memoria, BTCX30-038128

 

Caicedo nació el 29 de septiembre de 1951, el año en que Laureano Gómez se retiró de la presidencia por razones de salud, Fulgencio Batista daba un golpe de Estado en Cuba y Jorge Luis Borges publicaba La muerte y la brújula. Cinco años después entró al Colegio Pío XI. No fue el único plantel. También estuvo en el Colegio del Pilar, el Calasanz, el San Juan Berchmans, el San Luis, el Camacho Perea… Quizás en ese trasegar empezó a verse a sí mismo como alguien que no encajaba del todo en este mundo, como un desadaptado. Por otra parte, en el paisaje de sus aulas y sus patios habrá encontrado muchas de las caras y las voces de los personajes que habitan sus libros. 

Fue en el Colegio del Pilar donde dibujó sus primeras tiras cómicas y descubrió un amor enfermizo por la lectura. Cuando tenía diez años murió Francisco José, el hermano menor. ¿De qué manera este hecho quedó gravitando sobre su vida como una nube oscura? ¿En qué sentido podemos entenderlo como una prefiguración de su propia muerte? Poco después empieza a escribir cuentos, obras de teatro, adaptaciones… literatura producida por un adolescente de quince años a quien le gustan los títulos sugestivos: El silencio (un cuento de 1964), Las curiosas conciencias (una obra teatral de 1966), Los imbéciles también son testigos, La piel del otro héroe (obras teatrales de 1967), esta última ganadora del Primer Festival de Teatro Estudiantil.

Una vida entregada a la literatura

Hubo otros reconocimientos. En 1969 Su relato Berenice es premiado en el concurso de cuento de Univalle y Los dientes de Caperucita obtiene el segundo premio en el Concurso Latinoamericano de Cuento, organizado por la revista venezolana Imagen. Caicedo atravesaba una época de plena productividad, como estudiante universitario, como escritor, como actor del Teatro Experimental de Cali y del grupo Los Dialogantes, integrado por alumnos de la Universidad del Valle, como crítico cinematográfico en los diarios El País, Occidente y El Pueblo. En 1971, el año en que cumplió los veinte, escribió los relatos Patricialinda, Calibalismo, Destinitos fatales, Angelita y Miguel Ángel y El atravesado, así como los ensayos Los héroes al principio (acerca de la novela La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa) y El mar (sobre la obra de Harold Pinter). 

Y entonces, cuando trabajaba incansablemente en varios frentes –textos literarios, guiones cinematográficos, crítica de cine–, Andrés Caicedo, quizás sin saberlo, empezó a acercarse al momento que lo llevaría a buscar la muerte. En 1973 pasó una temporada en los Estados Unidos e inició la escritura de su novela ¡Que viva la música! A su regreso, en 1974, empezó a publicar la revista especializada Ojo al cine (solo saldrían cinco números), vive en Ciudad Solar en una casa comunitaria en compañía de otros creadores como Luis Ospina y escribe Maternidad, cuento que Caicedo consideraba su obra maestra. Dos años después tuvo lugar un primer intento de suicidio, paradójicamente cuando una editorial argentina compró los derechos de ¡Que viva la música!, uno de cuyos ejemplares Caicedo alcanzó a tener en sus manos, justo antes de su muerte, la tarde del 4 de marzo de 1977. 

Una muerte de la que se sigue hablando, una vida que, al parecer, no terminó con esa muerte, una obra en la que vive Andrés Caicedo, que se fue de este mundo un día como hoy, 4 de marzo, hace 45 años. Así lo recordaba el poeta Juan Gustavo Cobo Borda en 1999, en el programa de Señal Colombia En blanco y negro con Margarita, dirigido por Margarita Vidal, en charla que sostuvieron Cobo Borda, Vidal y el paisano de Caicedo, el director de cine Luis Ospina.

 

 Inravisión – Señal Colombia (Productor). Vidal, Margarita (Directora). (1999). En blanco y negro con Margarita [Magazín]. Bogotá – Colombia: Inravisión – Señal Colombia. Archivo Señal Memoria, BTCX30 009602.

 


Autor:  Fernando Nieto

 

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Fecha de publicación original Vie, 04/03/2022 - 09:04