Publicado el Jue, 14/07/2022 - 00:17

La Patria así se forma: una historia de los símbolos patrios

Diseño: Karen López para Señal Memoria de RTVC Sistema de Medios Públicos

Julio, con sus fiestas patrias, es un mes ideal para recordar las historias detrás de toda una serie de símbolos que la modernidad ha ido creando y recreando con el fin de servir como elementos identitarios de los países del mundo y sus habitantes. Sus historias a veces son accidentadas, otras de una sorprendente continuidad. La mayoría nos hablan de adaptaciones y reinvenciones en el tiempo. Sintámonos o no identificados, pues la vitalidad de la bandera, el escudo y el himno son innegables

La bandera: la buena suerte de ser de colores

La tradición de usar banderas viene, al parecer, de los vexilos romanos y los estandartes orientales, acogidos en la Edad Media por cristianos y musulmanes mientras se enfrentaban en las Cruzadas. El Antiguo Régimen las convirtió en emblemas navales de las casas reinantes, transformándose lentamente desde el siglo XVII en símbolos de los estados europeos. Fue así como en las revoluciones de ambos lados del Atlántico, aquellas telas se erigieron en símbolos de los nuevos bandos y estados en disputa.

No había banderas, pero tampoco naciones. Por lo tanto, la creación de banderas durante la Patria Boba fue tan fecunda como la creación de Estados y constituciones. Las provincias independentistas crearon sus pabellones mientras iban a la guerra contra los realistas y contra ellas mismas, colores que un siglo más tarde fueron recuperados como símbolos de los departamentos de Antioquia, Bolívar, Cundinamarca, Valle del Cauca o Tolima. La cuadrilonga de Cartagena, de hecho, sería adoptada como la enseña de la frágil federación de la Nueva Granada, terminando por identificar a los rebeldes exiliados en Casanare y a los batallones neogranadinos que pelearon en el pantano de Vargas y en Boyacá.

 

[Himno Nacional de la República de Colombia] (1990). Colombia: Inravisión. Archivo Señal Memoria, C1P 243779

 

Precisamente, junto con esa bandera verde, amarilla y roja, ondeaba la bandera copartidaria de los independentistas venezolanos. Por ser la más usada, el Congreso de Angostura resolvió en diciembre de 1819 convertirla en la bandera definitiva de la naciente República de Colombia. Y como un patrimonio histórico común de neogranadinos, ecuatorianos y venezolanos, terminó quedando de herencia para las tres primeras hijas de aquel viejo estado utópico. Dos siglos después, en poco nos parecemos a quienes escogieron esos colores, pero sorprendentemente, hemos creado una nación que ha sabido identificarse con ellos, ya no para sacarlos en un campo de batalla del siglo XIX, sino para pintarlos en su cara, vestirlos, o portarlos como distintivo de un ciudadano colombiano en el exterior.

El escudo, impopular pero eficiente

Tal vez por sus características gráficas el escudo es un símbolo de un uso masivo mucho más difícil. Sin embargo, sorprende también que se siga manteniendo inalterado tras 190 años de existencia. Las banderas por supuesto evolucionaron, conforme al cambio en la orientación de los colores. El cóndor también lo ha hecho, según el conocimiento de fauna o de heráldica que ha tenido el ilustrador o el escultor. Pero en esencia sus elementos siguen siendo los mismos desde 1832, incluyendo una granada que recuerda a un país que ya no tiene ese nombre y un istmo de Panamá que desde 1903 es otro país (bueno, los británicos tienen un lema en francés en su escudo).

En el amanecer republicano que antecedió a la creación del escudo se habían ensayado versiones de corta vida. Las Provincias Unidas de la Nueva Granada, yendo más allá del territorio donde gobernaron, idearon una composición que incluía el salto de Tequendama, el istmo de Panamá (como antesala del actual) y el Chimborazo. Pensando en la influencia de la Antigüedad Clásica, el escudo grancolombiano incorporó unos fasces romanos y se anticipó a las cornucopias que todavía vemos. Ya establecido el actual escudo en 1832, apenas se vio afectado por los cambios administrativos del siglo XIX, al tener brevemente nueve estrellas (los Estados de la federación entre 1863 y 1886). Y eso sí, sigue inalterado el lema Libertad y Orden, aunque su uso hoy solo sea del interés de grupos conservadores marginales.

El himno, increíble vigencia de un poema anticuado

A medio camino entre la popularidad de la bandera y la discreción del escudo está el Himno Nacional. Su vigencia actual podría ser mucho más problemática de lo que ya ha sido: una música marcial inspirada en las marchas militares, unos versos recargados con palabras poco comunes en el siglo XXI y, para colmo, un carácter de canción nacional oficial que se le debe a unos miembros aduladores de la élite de hace 135 años, deseosos de congraciarse con el presidente Rafael Núñez, autor de esos versos en su juventud.

Una canción con esos orígenes no era la ideal para que miles de personas, en su mayoría jóvenes, la cantaran a capela en 2014 en los estadios de Brasil, antes de los juegos de la Selección colombiana de fútbol. Pero el milagro se dio gracias a la ubicuidad que logró esa canción en la enseñanza cívica de los colegios, en los espectáculos deportivos (su reproducción es en los mismos obligatoria desde 1968) y en los medios de comunicación (suena a diario por decreto presidencial en radio y televisión desde 1995). Es así como, para sorpresa de las élites cerradas que en el siglo XIX imaginaron una nación tan excluyente como ellos, su himno ha sido adaptado a ritmos y lenguas inimaginables: con acordeones en el festival vallenato, en rock en las emisoras juveniles de los años 90, en inglés para el pueblo raizal o en lenguas indígenas

 

Internado Indígena San Antonio (ca. 1990). Himno Nacional de Colombia: versión wayúu. Colombia: Inravisión. Archivo Señal Memoria, UMT 209103 

 


Autor: Felipe Arias Escobar

 

Fecha de publicación original Jue, 14/07/2022 - 00:17