Cultura y sociedad | Señal Memoria

Cultura y sociedad

Colección que agrupa los documentos relacionados con temas de interés general, expresiones artísticas, manifestaciones y producciones culturales originadas por los diferentes tipos de poblaciones en el país.

La soviética Maria Yudina (1899-1970) no solo fue una de las grandes pianistas rusas del siglo XX, sino que además fue la preferida de Stalin. Curiosa paradoja si se tiene en cuenta la abierta y desafiante oposición al régimen que manifestó la artista durante su vida, además de su confesa fe cristiana. Es un hecho que una interpretación suya del Concierto para piano No.23 de Mozart, a través de la radio, cautivó a Stalin a tal punto que el temido mandatario solicitó tener una copia de lo que creyó era un disco. En consecuencia, Yudina fue sacada de su casa a la media noche por el Servicio secreto, llevada a un estudio de grabación al lado de los demás músicos y obligada a interpretar de nuevo el concierto, para grabar y tener listo el disco que en la madrugada siguiente sería entregado al dictador, cosa que se logró. La matriz del audio fue conservada y en la actualidad es uno de los pocos discos de Yudina disponibles en formato digital. Dada la enemistad que la pianista granjeó por su temeraria oposición, fueron pocas las grabaciones realizadas en estudio y menos los conciertos registrados. De ahí el valor de esta compilación de grabaciones realizadas durante las décadas de los años 1950 y 1960.

Ya para los años 1970 se ha abierto un mercado enfocado en la nueva valoración del repertorio renacentista y barroco, condición generada como síntoma de modernidad, cercana a los desafíos de la cultura pop e inclusive de la contracultura de los tardíos años 1960. Mientras algunos se vuelcan a la psicodelia, otros lo hacen hacia la música antigua, con una obsesión análoga por la recuperación del pasado perdido. Aún en sus años mozos, los rostros de estos insignes personajes de Musica Antiqua Köln, indican la orientación algo hippie de sus personalidades. Bajo la dirección del violinista colonés Rienhard Goebel (1952), este reconocido ensamble alemán tuvo una trayectoria amplia que abarcó hasta la primera década del siglo XXI, siempre como referente interpretativo ya fuera de compositores reconocidos, o de los nuevos descubrimientos históricos.

Poco recordado en la actualidad, el Harpsichord Quartet, en cabeza de la clavecinista Sylvia Marlowe (1908-1981), realizó durante los años 1950 una acuciosa labor por el reconocimiento de la música barroca, a la par con un interés por manifestaciones contemporáneas. Para el momento, a pesar de los avances logrados en décadas anteriores, la música de cámara barroca se presentaba de manera marginal, salvo por el caso de aquellas obras escritas por Bach y algunas piezas de Handel y Couperin. Previo a la ebullición de los años 1960, el Harpsichord Quartet fue una agrupación enmarcada en el estertor de un espíritu decimonónico, siempre de smoking, con versiones distantes de la frescura que caracterizó la interpretación de música antigua años más adelante. Por lo representativo del aquel momento, es lamentable que sus producciones discográficas nunca hayan sido conocidas en el mundo del disco compacto.

El Quartetto Italiano, activo entre 1945 y 1980, mantuvo una nómina estable integrada por Paolo Borciani y Elisa Pegreffi, violines; Piero Farulli, viola (entre 1947 y 1977) y Franco Rossi, chelo. Con un extraordinario éxito logrado desde los años 1950, pero particularmente en las décadas siguientes, sus integrantes mantuvieron una virtual convivencia con giras de cien o más conciertos anuales. Esta vida forzosa y llena de disciplina, produjo no solo una admirada relación musical, sino también el surgimiento de declarados amores entre sus dos violinistas, llevados al altar en 1959. Otra fructífera relación fue aquella con el sello Philips, de la que se tiene la integral de cuartetos de Beethoven y Mozart, además de las obras de Brahms, Schubert, Schumann, Ravel y Debussy. También se incluye esta grabación de 1970, dedicada a las obras para cuarteto escritas en los albores del siglo XX por el compositor austriaco Anton Webern (1883-1945).

Otro de los proyectos musicales que hicieron célebre la labor de Walter Legge (1906-1979), como productor discográfico y gestor, es esta sonada conjunción de cuatro personalidades, recordadas por un carácter voluntarioso y ególatra. Se trata del pianista Sviatoslav Richter (1915-1997), el violinista David Oistrakh (1908-1974) y el chelista Mstislav Rostropovich (1927-2007), tres de los grandes productos de la escuela musical soviética, varias veces galardonados con el premio Stalin, joyas de la corona que en algún momento desertaron a Occidente, con sonados escándalos culturales y políticos al otro lado de la Cortina de hierro. Además de ello, un director de culto, Herbert von Karajan (1908-1989), rivalizado en su momento acaso por Furtwängler y Toscanini. Subyace detrás de este disco la producción de un objeto de garantizado consumo, que se supone sería la grabación canónica del “Triple concierto” para violín, violonchelo y piano en Do mayor, op. 56 de Ludwig van Beethoven. Ciertamente se trata de una laureada versión; difícil sería que no lo fuera, con cuatro marcadas personalidades cada una intentando llevar las riendas de la obra en una incómoda convivencia.

Plácido Domingo (1941) es una de las figuras más favorecidas del mundo actual de la música clásica. Reconocido tanto por su rol como tenor operístico como por sus incursiones en un medio musical más popular; también como director de orquesta e incluso como productor de ópera. En cada uno de estos campos Domingo se ha hecho célebre y hoy en día es una de las figuras mejor pagas en este universo. Este es el Plácido Domingo joven, aún abriéndose camino y su mirada desafiante está muy lejos de ser la del laureado tenor. Aún así, presenta una producción que acredita su versatilidad operística, con extractos que abarcan desde el barroco hasta el verismo italiano: Giulio Cesare (1724), Händel; Don Giovanni (1787), Mozart; Il Duca d’Alba (1839/1882), Donizetti/Salvi; La judía (1835), Lévy Halévy; Luisa Miller (1849), Verdi; Lohengrin (1850), Wagner; Simón Boccanegra (1857/1881), Verdi; Eugene Onegin (1879), Tchaikovsky; Le villi (1884), Puccini; Iris (1898), Mascagni.

Para la grabación de este disco en 1976, el violinista Gidon Kremer (1947) aún se encontraba radicado en su tierra natal. Pocos años después, en 1980, con mayor reconocimiento en Occidente, se radicó en Alemania. Personaje ecléctico, célebre por sus incursiones y la promoción de repertorio contemporáneo, director de una idiosincrática orquesta de cámara que lleva por nombre, “Kremerata Báltica”, músico experimental por una parte y que a la vez constituye un célebre dúo con la pianista Martha Argerich, o un trío con ella y el chelista Mischa Maisky, para girar con programas convencionales. La grabación aquí presentada, además de ser una particular interpretación de Bach, ofrece un Gidon Kremer vestido a la usanza de su juventud, sensiblemente distinto al célebre violinista que encarna los valores de la vanguardia.

Ludwig van Beethoven (1770-1827) tuvo una especial relación con España. Su abuelo era flamenco, situación que le permitió tener una idea de aquella tierra, aún sin haberla conocido. Algunas de sus composiciones nos ofrecen un Beethoven con los ojos puestos en la Península, desde la ópera “Fidelio” op.72 (1815), hasta pequeñas canciones como “La tirana se embarca” (tiranilla española), “Una paloma blanca” (bolero) y “Como una mariposa” (bolero), incluidas en las 36 canciones populares de diversos países, WoO 158 (1816-1818), escritas por sugerencia de su amigo el editor Thompson, de Edimburgo. Este conjunto de “Canciones españolas” por él armonizadas, adquirió en consecuencia cierta validación pero no suele repararse en que entre las canciones compuestas por Beethoven hay canciones españolas. Son las que aparecen en este particular y muy poco conocido disco.

Se tiene con este disco un repertorio de corte paradójicamente marginal. A diferencia de grandes sinfonías y conciertos, las piezas de cámara aquí incluidas no son el tipo de obras con las que suele recordarse la magna figura de Beethoven. No obstante, hacen parte de lo que fue el grueso de su producción. Haydn, Mozart y Beethoven, paradigmas del canon musical clásico y romántico, fueron músicos que no solo se encargaron de componer el tipo de obras maestras que les inmortalizaron. Buena parte de su tiempo, sino la mayoría, tenían que ganar su sustento con meritorios esfuerzos a cambio de dinero contante y sonante. En el caso de Beethoven, se encuentra un número significativo de obras para instrumentos heterodoxos, como el clavecín, el pianoforte o la mandolina, aún comunes por entonces, olvidados años más tarde hasta la entrada del siglo XX.