Canción de la vida profunda: Porfirio Barba Jacob | Señal Memoria

Canción de la vida profunda
Publicado el Vie, 13/04/2018 - 06:49
"Canción de la vida profunda" de Porfirio Barba Jacob
“Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar...” Así empieza “Canción de la vida profunda”, probablemente uno de los poemas más recitados de Porfirio Barba Jacob, un "poeta maldito" controvertido, poco reconocido en su patria natal y abiertamente homosexual.
 
Nació en Santa Rosa de Osos en el año 1883. Su nombre era  Miguel Ángel Osorio. Vivió en Barranquilla durante su juventud, ciudad en la que escribió sus primeros poemas y desde 1895 viajó casi de manera incesante por gran parte del continente americano. Antes de México, que fue el país donde su obra fue mayormente reconocida, vivió en Guatemala, Honduras, Costa Rica, El Salvador, Cuba y Perú.
 
Para sostenerse, escribía para diversas revistas y periódicos, muchas veces sensacionalistas, pero también sobre temas políticos y literarios. Publicaba sus artículos bajo seudónimos como Juan Sin Miedo, Juan Sin Tierra, Juan Azteca, Junius, Cálifax y Almafuerte. 
 
Una de sus frases más famosas relacionada con el sonido es: "Vale más el oro del sonido, que el sonido del oro". Murió en Ciudad de México en 1942 tras sufrir por largo tiempo de tuberculosis.
 
Escuchen aquí una joya del Archivo: "Canción de la vida profunda" en la voz de la declamadora y actriz argentina Berta Singermann:
 
Canción de la vida profunda
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Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, 
como las leves briznas al viento y al azar. 
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe. 
La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.
 
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles, 
como en abril el campo, que tiembla de pasión: 
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias, 
el alma está brotando florestas de ilusión.
 
Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos, 
como la entraña obscura de oscuro pedernal: 
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas, 
en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal.
 
Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos... 
(¡niñez en el crepúsculo! ¡Lagunas de zafir!) 
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza, 
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.
 
Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos, 
que nos depara en vano su carne la mujer: 
tras de ceñir un talle y acariciar un seno, 
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.
 
Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres, 
como en las noches lúgubres el llanto del pinar. 
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo, 
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.
 
Mas hay también ¡Oh Tierra! un día... un día... un día... 
en que levamos anclas para jamás volver... 
Un día en que discurren vientos ineluctables 
¡un día en que ya nadie nos puede retener!
 

 

Fecha de publicación original Vie, 13/04/2018 - 06:49