Publicado el Sáb, 08/10/2022 - 08:20

Tres leyendas colombianas en el Archivo Señal Memoria

Diseño: Karen López para Señal Memoria de RTVC Sistema de Medios Públicos

Contar historias es un rasgo distintivo de la humanidad. Cuando esas historias entran en lo fantástico, pasan de generación en generación a través de la tradición oral y exploran los rincones de la cultura de una sociedad, las llamamos leyendas. De los documentos de Señal Memoria recogemos tres leyendas, todas de programas dirigidos por Dora Brausin. El Dorado habla de tanto oro que los conquistadores que vinieron después se volvieron locos buscándolo. El Hombre Caimán muestra una figura que lo da todo por ver a las muchachas del río. Y finalmente tenemos a un cura rebelde que solo quería cazar venados.

Somos humanos porque contamos historias en las que conviven lo fantástico y los hechos, un tiempo y un lugar específicos que se expanden, la cultura de una sociedad y su porvenir. Estas historias son nuestras porque pasan de generación en generación y reflejan quiénes somos, de dónde venimos, qué nos hace así. Son mágicas y también enraizadas en lo que hemos vivido. Las escribimos y registramos, sí, pero sobre todo las narramos en voz alta, formando la tradición oral de siglos y siglos que mantienen la historia viva y en movimiento. Con ellas hacemos preguntas universales y nos exploramos. Somos humanos porque contamos leyendas. 

En el Archivo Señal Memoria hay muchas leyendas de Colombia y el mundo y varias tienen un punto en común, una protagonista invisible: Dora Brausin, la subgerente de radio de RTVC y figura fundamental en la conservación del patrimonio sonoro y radial de Colombia. Fue Brausin la que dirigió los programas de las tres leyendas que vamos a destacar hoy, dos de Colombia: mitos y leyendas y una de Mitos, leyendas y poesía. No podíamos empezar sin reconocer su papel. Entonces, volvamos a las tres leyendas, que ilustran distintas partes del imaginario colombiano y su historia.

El Dorado

La leyenda de El Dorado nos lleva a la época de los muiscas, antes de la llegada de los españoles a América. Era el día de la coronación del zipa en la laguna de Guatavita, que en esa ocasión parecía una esmeralda, al lado de una ladera llena de árboles frondosos y colibríes danzantes. En Bacatá, donde vivía el zipa, había expectativa frente a la coronación. Los bacateños, si podemos acuñar el gentilicio, llevaban sus mejores prendas para ofrendar a su dios Chibchacum. Abundaban las mazorcas y el vino de maíz. El joven que iba a ser coronado era fuerte y ya estaba purificado tras días de ayuno. Estaba listo. Sonaban los tambores. Y alrededor de la laguna  de Guatavita la población presenciaba ese gran espectáculo. 

El próximo zipa iba cubierto de oro en una balsa decorada que cargaba oro y esmeraldas, homenajes a los dioses. Cuando la balsa llegó al centro de la laguna, las personas que estaban en la orilla lanzaron su oro a las aguas. De esta historia, contada por aquí y por allá, vino luego la fiebre de encontrar ese yacimiento, esa gran bóveda llena de oro, que encegueció a colonizadores y exploradores que escucharon esta leyenda, que llevó a la muerte a tantos por su ambición. Y aunque de Colombia y América salió muchísimo oro hacia Europa en esa época, nunca se encontró El Dorado.

Fecha de publicación original Sáb, 08/10/2022 - 08:20